Por Rodrigo Prieto
Master en psicología social.
Barcelona, España, septiembre 2009
Foto: Scottish Government
«Sin duda, el contacto con la gente ha sido lo más positivo de esta experiencia. Es la mejor forma de conocer la realidad de un país y te hace reflexionar sobre el verdadero sentido de la solidaridad. Ha sido realmente impactante convivir con una familia palestina y ver in situ los asentamientos, los campos de refugiados…». (Marta, participante en un programa de cooperación en Palestina) http://magno.uab.es/fas/cooperacio/estades/testimonis.htm
Como Marta, miles de estudiantes universitarios del mundo entero realizan cada año estancias o prácticas solidarias en localidades empobrecidas o afectadas por diversas problemáticas sociales. De este modo, ponen sus conocimientos académicos y su entusiasmo al servicio de comunidades donde éstos escasean y simultáneamente se sensibilizan sobre las desigualdad en el mundo, aprenden a hacer trabajos de calidad con pocos recursos y cultivan lazos afectivos y sociales que en ocasiones les marcarán para toda la vida.
Por lo general estas experiencias surgen por iniciativa de las universidades y sus alumnos, en su afán por darle un sentido social a sus estudios; en algunos casos, también son promovidas por entidades del tercer sector o incluso por las propias comunidades (ayuntamientos, fundaciones, etc.) con el propósito de atraer recursos profesionales de buena calidad y bajo coste.
Existen diversas modalidades en que estas colaboraciones se llevan a cabo: estancias, campos de trabajo, prácticas profesionales, turismo responsable, voluntariados, etc. Lo que marca la diferencia entre ellas es el tiempo de permanencia y el tipo de actividad que se realiza en el lugar de destino. En general, la duración de estas experiencias fluctúa entre 15 días y seis meses y las actividades suelen ser técnicamente sencillas, aunque no por ello menos complejas, dependiendo del contexto en que se realicen.
Por ejemplo, la Organización Mundial de Turismo (OMT) tiene un programa específico para promover un turismo sostenible que contribuya a la eliminación de la probreza (ST-EP) a través de la generación de puestos de trabajo relacionados al turismo en zonas emprobrecidas (http://www.unwto.org/step/about/sp/step.php). Los estudiantes universitarios pueden participar en el proceso de creación e implementación de estas actividades ofreciendo su colaboración a las entidades locales que los lideran y de paso sensibilizándose respecto de la forma en que practican el turismo.
Otra fórmula de compromiso social de los universitarios son las brigadas de observación en zonas de conflicto social o armado, en las que actúan como garantes del respeto de los derechos humanos. En este caso, su labor consiste en acompañar en la cotidianidad a personas o colectivos cuyos derechos están en serio riesgo de ser vulnerados debido al contexto conflictivo en que se encuentran, como ocurre por ejemplo en la zona de Chiapas, en México. En este lugar es el Centro de Análisis Político e Investigaciones Sociales y Económicas la entidad encargada de promover estas brigadas (http://www.cgtchiapas.org/spip.php?article2889). En situaciones como esta, la presencia de los universitarios puede constituir un verdadero salvavidas en el sentido más literal de la palabra.
Un rasgo común de las diferentes experiencias de compromiso social de los estudiantes universitarios es que los principales beneficiados son ellos mismos; incluso hay quienes piensan que son los “únicos” favorecidos, pues consideran que su presencia en las comunidades es más un estorbo que un apoyo. Afortunadamente sobran ejemplos para desmentir dicha opinión. El Programa Práctica País, desarrollado en Chile por la Fundación para la Superación de la Pobreza (http://postula.practicapais.cl/pt01.htm) es uno de ellos. A través de este programa, estudiantes de último año de diferentes carreras ponen sus conocimientos al servicio de comunidades rurales empobrecidas, para desarrollar trabajos concretos que forman parte de intervenciones multidisciplinarias de largo plazo. Por ejemplo, en el año 2001, una estudiante de diseño de la Universidad Católica de Chile realizó su práctica profesional capacitando en diferentes técnicas de tejido en lana, a una asociación de artesanas del municipio de Colbún. En la última década miles de estudiantes han participado en este programa dejando cientos de estudios, informes, encuestas, cursos, diagnósticos, etc. a disposición de las comunidades.
Un valor indiscutible de este tipo de prácticas es que quienes las realizan suman a su proceso formativo una serie de habilidades que difícilmente se aprenden en las aulas, como la capacidad de escucha, de observación y de respeto de las culturas diferentes a la suya, así como la habilidad de aprovechar creativamente los escasos recursos disponibles, para realizar trabajos de alta complejidad y calidad técnica.
En el imaginario colectivo de las naciones del norte estas experiencias suelen asociarse a iniciativas de cooperación con países del llamado “Tercer Mundo”; no obstante, muchas de ellas se realizan dentro de los propios países o incluso regiones. Por ejemplo, en el verano que finaliza la Universidad de Lleida y la Fundación Lleida Solidaria firmaron un acuerdo de colaboración para que estudiantes de las carreras de Arquitectura Técnica, Ingeniería Informática e Ingeniería Industrial realizasen sus proyectos de final de carrera o sus practicas profesionales en iniciativas sociales tanto en el extranjero, como en la propia provincia.
Sin duda estas experiencias no siempre son exitosas ni tienen resultados positivos. Lamentablemente hay casos en que la inserción no funciona o que las actividades previstas no llegan a realizarse ya sea por descoordinación o por la irresponsabilidad de los estudiantes; sin embargo, esos casos –aislados, por fortuna- no deben restar valor a este tipo de prácticas que la mayoría de las veces son beneficiosas para todos los que en ellas participan.
Actualmente son miles las experiencias que confirman los enormes beneficios que puede generar la alianza entre universidad y comunidad en múltiples países y en los más diversos temas. Por eso, vale la pena potenciar este tipo de iniciativas como ejemplo de la solidaridad universitaria.
«Sin duda, el contacto con la gente ha sido lo más positivo de esta experiencia. Es la mejor forma de conocer la realidad de un país y te hace reflexionar sobre el verdadero sentido de la solidaridad. Ha sido realmente impactante convivir con una familia palestina y ver in situ los asentamientos, los campos de refugiados…». (Marta, participante en un programa de cooperación en Palestina) http://magno.uab.es/fas/cooperacio/estades/testimonis.htm
Como Marta, miles de estudiantes universitarios del mundo entero realizan cada año estancias o prácticas solidarias en localidades empobrecidas o afectadas por diversas problemáticas sociales. De este modo, ponen sus conocimientos académicos y su entusiasmo al servicio de comunidades donde éstos escasean y simultáneamente se sensibilizan sobre las desigualdad en el mundo, aprenden a hacer trabajos de calidad con pocos recursos y cultivan lazos afectivos y sociales que en ocasiones les marcarán para toda la vida.
Por lo general estas experiencias surgen por iniciativa de las universidades y sus alumnos, en su afán por darle un sentido social a sus estudios; en algunos casos, también son promovidas por entidades del tercer sector o incluso por las propias comunidades (ayuntamientos, fundaciones, etc.) con el propósito de atraer recursos profesionales de buena calidad y bajo coste.
Existen diversas modalidades en que estas colaboraciones se llevan a cabo: estancias, campos de trabajo, prácticas profesionales, turismo responsable, voluntariados, etc. Lo que marca la diferencia entre ellas es el tiempo de permanencia y el tipo de actividad que se realiza en el lugar de destino. En general, la duración de estas experiencias fluctúa entre 15 días y seis meses y las actividades suelen ser técnicamente sencillas, aunque no por ello menos complejas, dependiendo del contexto en que se realicen.
Por ejemplo, la Organización Mundial de Turismo (OMT) tiene un programa específico para promover un turismo sostenible que contribuya a la eliminación de la probreza (ST-EP) a través de la generación de puestos de trabajo relacionados al turismo en zonas emprobrecidas (http://www.unwto.org/step/about/sp/step.php). Los estudiantes universitarios pueden participar en el proceso de creación e implementación de estas actividades ofreciendo su colaboración a las entidades locales que los lideran y de paso sensibilizándose respecto de la forma en que practican el turismo.
Otra fórmula de compromiso social de los universitarios son las brigadas de observación en zonas de conflicto social o armado, en las que actúan como garantes del respeto de los derechos humanos. En este caso, su labor consiste en acompañar en la cotidianidad a personas o colectivos cuyos derechos están en serio riesgo de ser vulnerados debido al contexto conflictivo en que se encuentran, como ocurre por ejemplo en la zona de Chiapas, en México. En este lugar es el Centro de Análisis Político e Investigaciones Sociales y Económicas la entidad encargada de promover estas brigadas (http://www.cgtchiapas.org/spip.php?article2889). En situaciones como esta, la presencia de los universitarios puede constituir un verdadero salvavidas en el sentido más literal de la palabra.
Un rasgo común de las diferentes experiencias de compromiso social de los estudiantes universitarios es que los principales beneficiados son ellos mismos; incluso hay quienes piensan que son los “únicos” favorecidos, pues consideran que su presencia en las comunidades es más un estorbo que un apoyo. Afortunadamente sobran ejemplos para desmentir dicha opinión. El Programa Práctica País, desarrollado en Chile por la Fundación para la Superación de la Pobreza (http://postula.practicapais.cl/pt01.htm) es uno de ellos. A través de este programa, estudiantes de último año de diferentes carreras ponen sus conocimientos al servicio de comunidades rurales empobrecidas, para desarrollar trabajos concretos que forman parte de intervenciones multidisciplinarias de largo plazo. Por ejemplo, en el año 2001, una estudiante de diseño de la Universidad Católica de Chile realizó su práctica profesional capacitando en diferentes técnicas de tejido en lana, a una asociación de artesanas del municipio de Colbún. En la última década miles de estudiantes han participado en este programa dejando cientos de estudios, informes, encuestas, cursos, diagnósticos, etc. a disposición de las comunidades.
Un valor indiscutible de este tipo de prácticas es que quienes las realizan suman a su proceso formativo una serie de habilidades que difícilmente se aprenden en las aulas, como la capacidad de escucha, de observación y de respeto de las culturas diferentes a la suya, así como la habilidad de aprovechar creativamente los escasos recursos disponibles, para realizar trabajos de alta complejidad y calidad técnica.
En el imaginario colectivo de las naciones del norte estas experiencias suelen asociarse a iniciativas de cooperación con países del llamado “Tercer Mundo”; no obstante, muchas de ellas se realizan dentro de los propios países o incluso regiones. Por ejemplo, en el verano que finaliza la Universidad de Lleida y la Fundación Lleida Solidaria firmaron un acuerdo de colaboración para que estudiantes de las carreras de Arquitectura Técnica, Ingeniería Informática e Ingeniería Industrial realizasen sus proyectos de final de carrera o sus practicas profesionales en iniciativas sociales tanto en el extranjero, como en la propia provincia.
Sin duda estas experiencias no siempre son exitosas ni tienen resultados positivos. Lamentablemente hay casos en que la inserción no funciona o que las actividades previstas no llegan a realizarse ya sea por descoordinación o por la irresponsabilidad de los estudiantes; sin embargo, esos casos –aislados, por fortuna- no deben restar valor a este tipo de prácticas que la mayoría de las veces son beneficiosas para todos los que en ellas participan.
Actualmente son miles las experiencias que confirman los enormes beneficios que puede generar la alianza entre universidad y comunidad en múltiples países y en los más diversos temas. Por eso, vale la pena potenciar este tipo de iniciativas como ejemplo de la solidaridad universitaria.