Por Caterine Galaz
Doctora en Filosofía de la Educación
Barcelona, España, junio 2009
Foto: V. Jacinto
Hace unos días, caminando por el centro de una de las ciudades occidentales en la que supuestamente está más avanzada la perspectiva de género, vi a un hombre con una camiseta que decía: “si no te operas la nariz, entonces no sueñes con estar conmigo”. No pude evitar pensar en la tiranía encubierta que alguna gente padece, bajo ideales de belleza de producción en masa.
Paradójicamente aún en sociedades altamente pluriculturales y con una manifestación amplia de diversidad en muchos sentidos (de procedencia, de opción sexual, de expresiones culturales, etc.) en la que debiera evidenciarse una amplitud de criterios y gustos sociales en torno a la belleza, sobrevive un modelo que tiende a la homogeneización y al establecimiento de metas no explícitas de perfección física que terminan vinculándose con la aceptación o el rechazo social, además de las gratificaciones o sanciones personales a tal punto de comprometer sentimientos y valoraciones personales a partir de este ideal físico (como lo vanagloriaba la camiseta).
Si bien esta tiranía afecta a hombres y mujeres es la población femenina, la que sigue con la presión más evidente –dado que el neomachismo es menos explícito que en otras épocas. La belleza corporal termina asociándose a una serie de características y cualidades valoradas positivamente (armonía, excepcionalidad, admiración, placer, gracia, fascinación, atracción), mientras que la fealdad corporal –según este ideal perverso– se asocia a lo contrario (a lo grotesco, a lo horrible, lamentable…) en definitiva a todo lo que está fuera de la norma social exigible. El parámetro estrecho de belleza actual se vincula al éxito, aunque en la práctica esté lejos para gran parte de la población. Todo pareciera indicar que el éxito material y psicológico está supeditado a la exageración de las aspiraciones físicas por encima de otras aptitudes y características personales.
Por siglos se ha conceptualizado, hablado y soñado con la “belleza”, pero no con una específica y única, sino con diversas, en todas partes del mundo. Ya en el siglo 22 A.C, la venus de Wilendorf nos hace alusión a este tópico. Pero el concepto de bello o feo se sustenta en una serie de aspectos históricos, económicos, políticos y culturales que, muchas veces no tenemos en cuenta. Muchas veces estos conceptos terminan imponiendo parámetros que, obviamente, generan exclusión de quienes no los ostenten. Actualmente, la belleza es de consumo, consumo comercial principalmente, como gran parte de nuestros quehaceres cotidianos, por tanto, desechable.
Así, se desdibuja la riqueza de la diversidad, de la heterogeneidad, la reafirmación de la individualidad y la magia de encontrar aspectos sublimes en el otro y la otra, más allá del estándar medio. Se olvida la variabilidad a la que aludía Voltaire: «Preguntad a un sapo qué es la belleza (…) Os responderá que la belleza la encarna la hembra de su especie (…) Preguntádselo al diablo: os dirá que la belleza consiste en un par de cuernos, cuatro garras y una cola». Basta hojear “La Historia de la Belleza” de Humberto Eco para visualizar de qué forma se ha ido construyendo en cada época histórica esta aspiración.
Ya no se trata sólo de señalar que esta obsesión occidental de la época postmoderna respecto de la perfección física y estética personal –y la consecuente delgadez extrema– conlleva problemas de salud (la bulimia y anorexia son ejemplos claros), sino ver cómo éticamente nos afecta en nuestras relaciones personales y sociales: una exclusión perversa, no explícita, de quienes no alcancen el ideal de belleza física propuesto.
Estas relaciones anti-éticas se re-nutren día a día del consumo mediático de imágenes estandarizadas y homogenizadoras de mujeres y hombres. Esto resulta algo esquizoide porque es una meta a la que no llega la mayoría de la población mundial, porque precisamente es una imagen etnocéntrica que muestra la proyección y aspiración de un sólo sector social sobre el resto de posibles expresiones de lo considerado como bello. Y es que, en definitiva, no existe un único tipo de belleza física, sino miles y diferentes… dependiendo de todo lo heterogéneos que somos.