Por María Victoria González
Psicóloga
Barcelona, julio de 2010
Foto: Yv. Wouver
Desde que nacemos estamos influenciados por múltiples estereotipos que existen en el entorno en que vivimos sobre diferentes personas, colectivos, hechos o situaciones. En general, los aprendemos a través de la familia, la escuela, los medios de comunicación y la publicidad y en muchos casos, son los únicos parámetros que tenemos para pensar aquello a lo que se refieren, por tanto, influyen enormemente nuestras decisiones y acciones.
El género (femenino/masculino) es uno de aquellos fenómenos en que los estereotipos actúan con gran fuerza. Así, a lo largo de la historia, todas las sociedades han construido estereotipos sobre lo que significa ser “hombre” o “mujer”, a través de una serie de normas (muchas veces implícitas) que abarcan desde la manera de vestir hasta –incluso– el tipo de trabajo que deben realizar.
Si bien en las últimas décadas algunos estereotipos de género han desaparecido, y otros tantos han perdido fuerza, en algunos contextos persisten ciertas ideas sobre los hombres y las mujeres que distan mucho de ser igualitarias, tal como se aprecia en algunos sectores profesionales.
Rodeados de estereotipos sexistas
En muchos países las ideas sobre la “mujer” y el “hombre” siguen estando determinadas por ciertos estereotipos sexistas. Por un lado, se define a la “mujer” bajo una imagen de belleza física y de unos rasgos emocionales. De acuerdo a esa idea la “mujer” debe ser esbelta, insinuante, misteriosa, tierna, inocente, maternal y respetable. En oposición el “hombre”, se caracteriza más por una imagen de poder, marcada por la autoridad, la sabiduría, la experiencia, la agresividad, la independencia y la competitividad. Afortunadamente en muchos contextos estos estereotipos tienden a cambiar hacia nociones más igualitarias, dando a la mujer las mismas oportunidades que al hombre.
En el año 2009, la revista Proceedings of The National Academy of Sciences publicó un estudio realizado por investigadoras de la Universidad de Wisconsin, que demuestra que las diferencias de género en el rendimiento matemático se deben a razones culturales y no biológicas. El estudio consistió en aplicar un examen de matemáticas a dos grupos mixtos de diferentes centros educativos. A uno de los grupos se le comunicó el estereotipo de que los hombres son mejores que las mujeres en las matemáticas. Al segundo grupo no se le dijo nada. Al revisar el examen, las investigadoras comprobaron que en el grupo al que se le había comunicado el estereotipo, las mujeres –efectivamente– obtuvieron un rendimiento inferior al de los hombres, cosa que no ocurrió en el grupo al que no se le dijo nada, donde no hubo grandes diferencias entre los resultados de unos y otras. De este modo, el estudio demostró como los estereotipos pueden afectar nuestros comportamientos y habilidades (www.pnas.org).
En España, de acuerdo al Ministerio de Trabajo e Inmigración, en el informe de Mujer y Mercado de trabajo de 2009, el porcentaje de mujeres que realizan estudios superiores sobrepasa al de hombres, lo cual muestra que las mujeres están logrando un nivel de preparación que les permite equipararse a los hombres en muchas ramas. También se ha visto la prolongación de los estudios por parte de las mujeres jóvenes, debido a un mayor deseo de cualificación.
Esto nos lleva a cuestionarnos si este hecho está relacionado con los cargos a los que las mujeres podemos acceder en el ámbito laboral. Teniendo en cuenta que en nuestra sociedad se dan algunas segregaciones verticales, es decir que tanto hombres como mujeres tienen la oportunidad de alcanzar los mismos niveles educativos y pueden tener las mismas experiencias laborales. Sin embargo, muchas empresas y entidades prefieren contratar o asignar cargos de jefatura más a hombres que a mujeres. Así, al haber mayor concentración de hombres en cargos de alto nivel de responsabilidad, puede existir el prejuicio desde la mujer, que a una mayor especialización mayor probabilidad de acceder a cargos mejores, volviéndose el campo laboral de alta competencia para los dos géneros (www.upo.es).
También podríamos pensar en otro tipo de condicionantes, como la segregación horizontal, según la cual mujeres y hombres eligen –voluntariamente– oficios o profesiones que coinciden con los roles que históricamente ha tenido cada sexo en diferentes sociedades. Sin embargo, esta tendencia comienza a cambiar.
¿Cómo desmontar estos estereotipos?
En el ámbito publicitario son muchos los anuncios que reproducen estereotipos sexistas. Sobran ejemplos en que mujeres y hombres son utilizados como objetos sexuales para atraer la atención sobre marcas que en ocasiones ni siquiera muestran sus productos. Así, en los medios publicitarios abundan las imágenes de mujeres y hombres canónicamente bellos, semi desnudos y en poses incitantes.
Esto no sólo ocurre en la publicidad sino también en otros medios como la televisión, el cine, la literatura, etc. Al respecto, Vicenç Navarro, Catedrático de Políticas Públicas de la Universidad Pompeu Fabra afirma que la utilización de estos modelos de belleza generan frustración entre las personas que no los cumplen (www.vnavarro.org).
Como alternativa a este enfoque publicitario es recomendable promover estrategias que se centren en el producto y la marca, más que en los estereotipos de belleza y sexualidad que cosifican a hombres y mujeres.
En la misma línea, es esencial promover la igualdad de género en todos los ámbitos culturales, tal como está haciendo el Ministerio de Cultura a través de un programa que está desarrollando en 17 museos de toda España para divulgar el papel de la mujer como creadora de cultura.
Para desmontar los estereotipos de género en el ámbito doméstico el primer paso es reflexionar sobre cómo están distribuidos los roles y responsabilidades en el hogar: ¿quién hace qué?, ¿existe una distribución equitativa entre los hombres y las mujeres de casa?, ¿por qué las tareas se distribuyen de esa manera y no de otra?
Históricamente las tareas de cuidado han estado en manos femeninas. Así lo confirman diferentes estudios como “Cuidadoras y cuidadores: el efecto del género en el cuidado no profesional de los mayores” (octubre 2008). Ciertamente muchas de las tareas y roles que realizamos en el hogar se han asignado tradicionalmente, pero ¿es posible cambiar esas tradiciones para equilibrar la distribución de las tareas en las familias?
La cooperación de todos los miembros de la familia en las tareas domésticas puede contribuir a eliminar la sobrecarga de responsabilidades que con frecuencia tienen algunos de sus miembros, a la vez que fomenta la participación de los hijos/as en la gestión del hogar enseñándoles a trabajar en equipo, a ser sociables y a estar atentos a las necesidades de los demás, entre muchas otras habilidades y valores.
Sin duda poco a poco los estereotipos se derrumban, permitiendo que se amplíen las fronteras de lo que hoy significa ser “hombre” o “mujer” según criterios más igualitarios. Cómo decía C. C. Cortéz se alcanza el éxito convirtiendo cada paso en una meta y cada meta en un paso. Pero romper con esto modelos no es fácil, debemos comenzar por nosotros mismos y en nuestro ámbito más cercano, nuestras propias familias.