Por Marta Burguet Arfelis
Doctora en pedagogía
Barcelona, España, febrero 2010
Foto: J. Colman
Perplejidades de la vida. El último premio Nóbel de la Paz afirma que, a veces, la guerra es necesaria para preservar la paz. Curiosa afirmación, tratándose de todo un Nóbel de la Paz. Ninguna guerra se puede justificar. No obstante, podríamos decir que para alcanzar la paz debemos luchar, desde medios pacíficos, pero, al fin y al cabo, luchar. Es decir, la paz no se produce sola, necesitamos el esfuerzo y dedicación de todos y de todas, necesitamos la implicación y el compromiso. Necesitamos la participación ciudadana. A veces se ha vinculado el trabajo por la paz con una especie de pedagogía dulce, incluso de ingenuos, de gente que cree que la paz es el estado natural de la convivencia.
Ciertamente, entre uno y otro extremo hay muchos niveles. Llegar a afirmar que el uso de la fuerza pueda justificarse no es propio de un «pacificador», sino más bien una afirmación propia de quien en un futuro puede necesitar hacer uso de esta afirmación para justificar intervenciones bélicas.
Paradojas: cuando Obama hizo su discurso al recibir el Nóbel, hacía justo diez días que había enviado 30.000 soldados a la guerra de Afganistán. Un tema suficientemente evitado en este discurso, cuando habría tenido ocasión de pedir disculpas ante esta intervención militar. Ciertamente, una guerra no iniciada bajo su mandato, que se ha encontrado, pero que, además de intentar minimizarla, ahora tiene la ocasión de rechazarla, de disculparse como representante de un país implicado en un conflicto bélico.
Nos hacemos cosas los unos a los otros –como afirma Vicent Martínez–, y tenemos que poder pasarnos cuentas por lo que nos hacemos, sean las paces o bien las guerras. Obama, en su discurso, tenía una ocasión para pasar cuentas, desde el diálogo y la reconciliación, por lo que los Estados Unidos están haciendo con estas guerras iniciadas, una ocasión para enderezar la cultura de la violencia e invitar a una cultura de la paz. Caer en la tentación de las guerras justas, de una violencia como herramienta efectiva, está muy lejos de la no-violencia que Gandhi impulsaba y vivía.
En este polémico discurso, el Nóbel de la Paz afirmaba que hace falta «actuar» contra los estados que rompen las reglas. Haría falta precisar qué actuación se considera justificada para ir contra estos estados. Y, según señaló más adelante el mismo Obama en su discurso, justifica, a veces, el uso de la fuerza. Tanto es así que sostuvo que la guerra tiene un papel en la preservación de la paz. La guerra, en cuanto que imposición, ya sabemos cómo es de cruenta y cómo atenta contra la libertad. Así pues, la guerra es un medio que si llega a preservar un supuesto estado de quietismo –más que de paz–, no asegura el mantenimiento porque no viene por otras vías que por la fuerza y la imposición.
Quizás, entre la paz justa y la guerra justa, la cuestión está en qué basamos la justicia.