El doctor Alfredo Rubio repetía a menudo que aprender a nadar sería una cosa importante para afrontar el siglo XXI. Todos aprendemos, desde muy pequeños, a andar, a movernos sobre tierra sólida, quieta, sobre la que los pies se nos arrapan bien. Esta sensación de solidez nos da seguridad, cosa que nos permite funcionar, vivir y hacer muchas actividades.
Esta sensación sólo se rompe cuando la tierra, excepcionalmente, tiembla o nos tenemos que adaptar a un medio líquido y no sabemos nadar o no tenemos con qué flotar. Cuando la tierra se mueve, las personas tambaleamos y experimentamos la dificultad de sostenernos en la vida.
Nadar no es lo mismo que andar. Cuando andamos podemos apoyarnos, incluso subirnos sobre el compañero de camino, sabiendo que el otro nos sostendrá; todo dependerá de su fuerza y equilibrio. Pero cuando nadamos, si nos apoyamos o nos subimos sobre el compañero lo podemos ahogar. Cuánta gente que se ha asustado y luchaba por sobrevivir sobre el agua, ha ahogado a quien venía a rescatarle. El miedo es uno de los impedimentos para nadar, sobretodo si el agua se remueve o sentimos que hay alguna situación de peligro.
¿Cómo debemos hacer para vivir en una sociedad que se dice que se ha vuelto líquida? La experiencia nos dice que cuanto más sólidas son las cosas y más peso específico tienen, más riesgo tienen de hundirse y, por lo tanto, la tentación es instalarse buscando cosas ligeras, que no pesen, que no nos aten ni comprometan, creyendo que sólo así podremos sobrevivir en la realidad que nos rodea. La sociedad líquida nos puede abocar a una vida frívola y superficial.
Como dice Zygmunt Bauman, en un escenario líquido, de flujos rápidos e impredecibles, necesitamos más que nunca lazos fuertes y fiables de amistad y confianza mutua. En caso de que tropecemos y caigamos, los amigos son personas, con la comprensión y ayuda de las cuales podemos contar, y en el mundo en el que vivimos, ni los surfistas más rápidos ni los skaters más enérgicos están asegurados contra posibles tropiezos.
Por otra parte, no podemos pasar por alto que tenemos una vida efímera y mortal; vivimos para dejar de ser. Y esta experiencia vital nos puede hacer vivir como náufragos en medio del mar de la existencia. Existir, sentir que somos lo que somos, contingentes, limitados, efímeros, a menudo nos hace sentir solos, aislados, sin solidez, con el miedo de irnos deshaciendo como un terrón de azúcar. Es de los primeros grandes golpes de la vida. Ser para dejar de ser nos puede generar angustia existencial y puede abocarnos a vivir sólo para deshacer lo que nos rodea sin construir nada sólido. Este drama es el que viven muchas personas cuando se encuentran desasistidas y abandonadas por las personas de su entorno. Todo el mundo debe sentir de una manera clara y contundente que su ser no es en vano, que es importante para los demás, y que en estos otros se puede sostener.
A menudo escuchamos decir a nuestro alrededor que hay crisis de valores, pero aún así, en medio de este trajín, hay personas que flotan, es decir, que destacan. Son aquellas que siguen encarnando día a día algunos de estos valores que están en crisis. Personas individuales, muy valiosas en ellas mismas, que forman grupos sociales creadores y conservadores de valores para vivir. Las personas individuales, si tienen que soportar demasiado peso, tienen el riesgo de romperse y hundirse, por ello son imprescindibles estos grupos sociales para sostener a muchas personas y situaciones diversas. Estos grupos sociales intermedios pueden ser el lugar y el espacio donde la gente pueda agarrarse para construir, con solidez, familia, proyectos, relaciones, en definitiva, sociedad.
Jordi Cussó Porredón