Por Marta Miquel Grau
Colaboradora del Ámbito María Corral
Salamanca, octubre 2011
Foto: Gabby
No hace muchos días, a mediados de agosto, tuve la dicha de participar en un viaje por tierras italianas con un grupo de personas de lo más variopinto. Éramos 96 personas de edades comprendidas entre los 2 y los 84 años y los lugares de procedencia de cada uno iban desde Colombia a distintas zonas de España como Madrid, Cádiz, Cataluña, Salamanca, etc. Fueron 8 días de una convivencia intensa, de acomodar ritmos, horarios, costumbres, carácteres, formas de pensar; de conocer al otro, aceptarlo, y valorarlo por lo que es, no por lo que tiene y de experimentar en la propia piel aquello que desde hace algunos años ha tomado más presencia en nuestra sociedad y que es una de las principales riquezas de la humanidad, la diversidad. Ésta ha sido una de las recientes experiencias bañada de pluralidad humana pero no la única.
A principios de septiembre en Fuenteroble de Salvatierra, un pueblo de menos de 300 habitantes de la meseta castellana, se llevó a cabo un concierto a cargo de un coro danés, y posteriormente un ágape en el que compartimos músicas y bailes tradicionales de ambos lugares. El programa que ofrecieron estaba compuesto por una primera parte de música renacentista y una segunda de obras tradicionales de Dinamarca. El concierto fue muy bonito pero, personalmente, lo que más me llamó la atención fue el encuentro entre culturas tan distintas y el gusto con el que tanto invitados como anfitriones mostraron y compartieron sus raíces a través de la música. ¡Imagínense qué podrán tener en común las melodías danesas con los valses y jotas castellanas! Pues de armonías y ritmos quizá poco, pero tendrían que haber visto las caras de alegría de unos y otros al compartir lo que sentían como suyo.
Claro está que la convivencia en la diversidad no siempre es tan fácil y a menudo puede ser causa de conflictos y problemas si el ser humano no se encuentra desinstalado de sí y abierto a la pluralidad sociocultural, generacional, religiosa, etc. ¿De qué forma nos podríamos situar en la vida para que el encuentro con el otro, con lo distinto, sea una oportunidad de enriquecimiento personal y no una fuente de discordia? ¿qué valores tendríamos que trabajar? És difícil y muy arriesgado determinar cuáles serían los más importantes pero sí es cierto que estos tres no se nos pueden escapar: el silencio, la humildad y la solidaridad.
Aunque sorprenda, el silencio es la base que el ser humano necesita para encontrarse consigo mismo, descubrir quién y cómo es, ahondar en su historia y la de sus progenitores, y contemplar la realidad que le rodea y con la que convive diariamente.
Si buscamos la palabra «humildad» en el diccionario encontraremos esta definición: «virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento». Después de haber buceado por nuestro pozo interior y haber empezado a descubrir aquello que forma parte de las entrañas de nuestro ser, es importante reconocernos y aceptarnos tal cual somos, ni más ni menos. Si sobrevaloramos nuestro ser podemos caer en la tentación de creernos semidioses y ser como una apisonadora con los demás. Las relaciones que establezcamos serán arrogantes y altivas y nuestro orgullo será una fuente de conflictos permanente. Si, por el contrario, nos infravaloramos y no reconocemos nuestras riquezas, estas relaciones serán pobres y no desprenderán ese jugo tan sabroso que nace de una rica convivencia en la que cada uno pone al servicio del otro aquello que es.
Y por último, la solidaridad. Ésta entraña ese sentimiento de unión con el otro, y conlleva el ponerse en su lugar y saber escuchar aquello que cada persona quiera desvelarnos. Es importante que seamos realmente conscientes de que sea cual sea su procedencia, su edad o su religión todas tenemos algo en común que es la vida y es a partir de esta base desde donde debemos establecer una relación con el otro, una amistad solidaria con todo aquello que forma parte de su existencia y que tiñe día a día de distintos colores su paisaje. Ser solidario implica hacer lo que esté en nuestra mano para que el otro pueda gozar de su vida en plenitud y en una sociedad diversa esto supone un mayor esfuerzo.
Apostar, pues, por la diversidad y disfrutar de ella conlleva estar dispuesto a no quere ser más que nadie, a compartir aquello que nos ha sido dado y que es lo más preciado que tenemos, la vida, y a saber respetar en todo momento aquella base sociocultural que se entreteje en la raíces de cada ser humano y que nos puede ayudar a entender los comportamientos y las actitudes de quienes nos rodean.