Por Nathália Rosa
Periodista
Barcelona, abril 2011
Foto: jbarcena
Al recibir las distintas informaciones respecto de las guerras del «mundo árabe», o sobre las movilizaciones sociales que han sucedido en el último tiempo en Egipto, Siria y Libia, entre otros países; al oír las personas en la calle decir lo que piensan y creen saber sobre estos países, o finalmente al adentrarme en el mundo de la inmigración en Barcelona, me he encontrado con un juego infinito en el que con frecuencia todos participamos: el juego del «nosotros».
Al hablar del «mundo árabe», solemos poner a todos los países en un mismo saco y definirlos como «los otros», los de allí, de ese mundo lejano y distinto al nuestro, al mundo occidental. No diferenciamos ni sus rasgos culturales ni su historia y menos aún nos esforzamos por comprender las diferencias que existen entre los diferentes países de esa región. Aquí me sumo al coro del «nosotros», del mundo occidental que nada tiene que ver con los lejanos y diferentes del «mundo árabe».
Aquí, en Europa mi posición en el juego cambia un poco. Aquí, formo parte de «los otros»: soy una estudiante de Latinoamérica, brasileña, no autóctona, no comunitaria. Soy parte de ese «otro mundo» lleno de rumores y estereotipos, que también impone algunas generalizaciones que no contemplan la enorme diversidad de esa región. Pero, aquí mismo, dónde soy «el otro», soy al mismo tiempo una infinidad de «nosotros»: nosotros los del mundo occidental, nosotros los estudiantes, nosotros los trabajadores legales, nosotros los residentes, nosotros…
Tal como afirman Lurbe y Santamaría (2007)1, la separación entre «ellos» y «nosotros» responde a una dinámica maniqueísta, a un uso dicotómico de la pertenencia en el que se corre el riesgo de eliminar los puntos comunes, transformando el juego en una simplificación, por ejemplo, del tipo «nacionales versus extranjeros». Esta lógica no permite que la definición de la alteridad («ellos y nosotros») cambie de acuerdo con el momento y el contexto, es decir, transformarla en algo cambiante y dinámico. Lo que, de verdad, haría el juego mucho más interesante y divertido.
La cultura española, por ejemplo, está plagada de rasgos heredados de la cultura musulmana, como fruto de los ocho siglos de dominación árabe en la Península Ibérica. Asimismo, muchos países de Latinoamérica también están llenos de costumbres heredadas de los españoles debido a la colonización. Este es un movimiento infinito en la historia de la humanidad, de modo que hay un poquito de todos los «otros» en cada uno de «nosotros».
La tendencia en general es trabajar el desconocimiento del otro desde una perspectiva negativa. Por ejemplo, en España la inmigración es considerada un problema por gran parte de la población, con lo cual, cualquier cosa que tenga relación con ella suele generar en estas personas, emociones y opiniones desfavorables.
Una señal muy característica de este enfoque son, por ejemplo, los rumores. Según Allport y Postman (1953)2, las condiciones básicas para que nazca un rumor son la importancia y la ambigüedad de su contenido. Para los autores, solo existirá el rumor si se dan simultáneamente estas dos condiciones.
Las dos situaciones pueden ser largamente debatidas: hay que saber más sobre el otro y desmitificar la idea de que la inmigración es un problema. Es importante también tener en cuenta que se aprende, y mucho, con los conflictos, y a partir de ahí que se puede profundizar temas como por ejemplo el reconocimiento del otro.
Para vivir en una sociedad intercultural es necesario comprender los diferentes rasgos de diversidad que la componen y respetar el derecho de todas las personas a la igualdad y la autonomía personal. Se trata de buscar no un consenso ni una homogeneidad asimilacionista, sino un sentido común en esta diversidad y heterogeneidad. Este es uno de los desafíos de las sociedades modernas, y al mismo tiempo es un potencial y un diferencial enriquecedor para aquellas que al menos intenten gestionar este debate de manera más asertiva.
Existen múltiples miradas del mundo, distintas definiciones del «otro» con quien compartimos el barrio, la ciudad o el país que muchas veces se convierten en prejuicios y rumores inverosímiles. Para evitar que esto ocurra conviene preguntar más al otro: ¿me prestas tu mirada? Seguro las respuestas serán impresionantes, y de hecho nos servirán muchísimo para la construcción de un espacio realmente común. De lo contrario, seguiremos con un juego infinito de opiniones individuales y parciales que seguirán separándonos entre «nosotros» y «los otros». ¿Me prestas tu mirada?
1. Lurbe, K. y Santamaría, E. «Entre (nos)otros… o la necesidad de re-pensar la construcción de las alteridades en contextos migratorios», Papers 85, 2007, p.57-69.
2. Allport G. W. y Postman L., «Psicología del rumor», Buenos Aires, Editorial Psiqué, 1953.