Por Javier Bustamante Enriquez
Poeta
Barcelona, septiembre 2011
Foto: A. Russo
La imagen de una persona contemplando no sólo es la de aquella pensativa, que tiene la mirada perdida y observa con candor un bello paisaje. La contemplación es mucho más: es una postura existencial. La encarnación de una actitud ante la realidad.
Contemplar, se compone de dos vocablos: con y templar. El primer vocablo, con, denota implicación, acompañamiento, participación. Por ejemplo, consolar: situarse en el mismo plano de aquel al que se consuela, compartir su mismo solar. Conversar: estar inserto en un discurso compartido, participar de él de forma activa. Cooperar: obrar en conjunto con alguien para conseguir un fin.
El segundo vocablo, templar, proviene de temperar, que es conseguir el justo medio de las cosas para que sirvan o sean lo que están llamadas a ser. Se templan las velas de una embarcación para que ésta pueda navegar con el viento a favor. También se templan las cuerdas de los instrumentos para que cada una suene como le corresponde. Se templa la voluntad o el hierro. Cada ser humano estamos llamados a vivir esta temperanza, a ser nosotros mismos: a alcanzar cada uno nuestra estatura personal, encontrar nuestra naturaleza espiritual, desarrollar nuestro límite intelectual.
Haciendo artesanía, si reunimos ambos vocablos, contemplar algo o alguien es participar de la naturaleza a la cual esa entidad está llamada a ser. Este acto sólo se da desde mi propio llamado a ser. Por lo cual, en última instancia, podemos poetizar y decir que: contemplar es un acto que nos hace ser uno con la realidad.
Para el filósofo Raimon Panikkar, «El acto contemplativo es un acto de pura espontaneidad, un acto libre, no condicionado sino por su propio impulso(…). La persona contemplativa simplemente ‘está’, simplemente ‘es’, vive. La contemplación es el respiro mismo de la vida». Estos bellos rasgos que aporta Panikkar para acercarnos al acto contemplativo podrían parecer sencillos: espontaneidad, libertad, ser y estar… Sin embargo, son aprendizajes que llevan toda la vida y que van madurando y arraigando en la persona con naturalidad si se está abierto a ellos.
La contemplación implica un contemplarse a sí mismo dentro de esa realidad a la que se contempla. No somos seres aislados. Sólo puedo ser, si soy en relación. Ser conmigo mismo, ser yo mismo, pide una gran humildad. Descalzarse existencialmente para palpar la tierra que nos sostiene, esto conlleva aprender a caminar de nuevo, tropezando, teniendo cuidado para no lastimarse ni lastimar, disfrutando del tacto real de las superficies.
Como se ha ido glosando, contemplar es un verbo, una acción que además es siempre nueva y renovadora. No es una meta a alcanzar ni un estado perenne de abstracción. Requiere una implicación vital, sí, pero está en la naturaleza de todos sin importar ninguna condicionante intelectual, social, religiosa, de edad…
Podemos sorprendernos contemplando en cualquier momento, es decir: paladeando la existencia, siendo conscientes de que estamos vivos y que somos vivos y, algo importante, que no estamos ni somos solos.
La vivencia contemplativa es intransferible. Al intentar traducirla en palabras, se corre el riesgo de confundirlas con el acto de la contemplación en sí. Sin embargo, lo poco que se pueda apuntar puede despertar el ánimo contemplativo.