Por Alina J. Bello Dotel
Colaboradora del Ámbito María Corral.
Santo Domingo, R. D., enero 2011
Foto: Photguayre
Muchas veces hemos escuchado decir que «el poder corrompe», y que «el poder absoluto corrompe absolutamente», pero siempre pensamos que eso ocurre entre las personas que habitan el planeta de las grandes estrategias políticas, financieras o religiosas.
Pero nos preguntamos: ¿qué cosa es el poder, que puede corromper tan radicalmente a una persona?
Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua en su 23ª edición, la palabra poder viene del latín «podere» y remite a «tener expedita la facultad o potencia de hacer algo». También quiere decir «tener más fuerza que alguien», para vencerle luchando cuerpo a cuerpo.
Desde esta definición y sus acepciones nos damos cuenta que lo más común, es decir, lo que asumimos en la cotidianidad cuando pensamos en poder es que la acepción remite a doblegar la fuerza, voluntad o la situación de otra persona.
De esa manera observamos que el poder es un elemento presente en la vida cotidiana de todos los seres humanos, y que en mayor o menor escala, constituye un problema en nuestras relaciones personales o interpersonales.
Para muchas personas, en su quehacer diario, el poder radica en hacer que sus congéneres cumplan sus mandatos y sirvan a sus propósitos, aun cuando esto sea una forma de sometimiento y violación de la libertad de los otros.
En el mundo moderno, la sed de poder ha llevado a crear estructuras que garanticen la rendición de la voluntad de los ciudadanos, frente a determinados individuos que asumen el control de ellos. El poder sobre los demás se expresa mediante estrategias de diversos tipos, siendo las más utilizadas las estrategias políticas de control militar y económico que asume el estado, y las estrategias empresariales de productividad, desarrollo, eficiencia y excelencia, destinadas a lograr el control de las personas para que dediquen sus vidas y energías al servicio del objetivo de vida de una persona o grupo de personas, cuya única meta en la vida es el ejercicio del poder.
Este estilo de relaciones basadas en el poder, generan muchos conflictos organizacionales y sociales, dado el alto índice de impotencia y frustración que sufren quienes se ven sometidos. Por eso debemos educar para la libertad y la tolerancia, tanto de acción como de pensamiento, ya que es la única manera de formar ciudadanos que puedan ser inmunes al virus de la enfermedad del poder.
Sólo cuando hayamos sido formados para ser libres, mediante procesos educativos democráticos, reflexivos, críticos y desapegados del ejercicio del poder, podremos asumir distancia con los hilos de poder que entretejen la vida pública y privada de los seres humanos. Este entramado que constituye las redes de poder sólo puede ser sorteado cuando asumamos en conciencia que, la preeminencia, los privilegios, la apariencia y todas esas formas de presencia avasallante que constituyen el aparato del poder son, en parte, los causantes del desasosiego, las frustraciones, depresiones e incluso pérdida del sentido, que vive actualmente nuestra sociedad.
Vivir desapegados del poder, ha sido la forma de vida de los seres humanos que han impactado la historia de la humanidad de manera más positiva: Jesús de Nazaret, Buda, Mahatma Ghandi, Albert Eisntein, Martin Luther King, Teresa de Calcuta, etc. Todos estos seres humanos son una muestra más que fehaciente de que es posible impactar el mundo sin dejarse enredar en las redes de poder.