Siempre estamos decidiendo, eso es innegable. Ya sean cosas pequeñas o grandes, pero siempre lo hacemos, a veces, incluso, sin darnos cuenta. Paradójicamente ante algunas decisiones importantes, a veces nos aterrorizamos y las evitamos; otras, las afrontamos de cara y nos plantamos… Sea como sea, decidir supone siempre un ejercicio de consciencia y de movimiento, que puede tener muchas implicaciones. Sobre este «arte» de decidir versó la 204 Cena Hora Europea realizada el pasado 17 de mayo en Barcelona con la presencia de cuatro invitados de diferentes disciplinas.
La primera intervención estuvo a cargo del catedrático de Psicobiología del Instituto de Neurociencias de la Universidad Autónoma de Barcelona, Ignacio Morgado, quien dijo que a nivel cerebral aún falta mucho por saber sobre cómo decidimos. Sin embargo, precisó que en general se sabe que tomamos decisiones a través de una mezcla entre la razón y la emoción, sobre todo si se trata de decisiones simples o en las que hay pocas opciones. Cuando eso no pasa y las posibilidades se multiplican, Morgado explicó que tendemos a buscar la mejor combinación entre costes y beneficios, pero que nunca llegamos a un 100% de certeza respecto de la opción que hemos escogido, porque en cualquier decisión hay muchos factores que no dependen de nosotros, y que pueden favorecer u obstaculizar nuestras decisiones. Como eso es así y no se puede hacer nada, el ponente afirmó que lo mejor es no sufrir y utilizar la intuición.
Desde una perspectiva centrada en como aprendemos a decidir, la doctora en pedagogía Marta Burguet, dijo que las decisiones las podemos tomar desde diferentes bases, como el egocentrismo, las emociones, los hábitos, las normas morales, la presión social, entre otras. Añadió que en general aprendemos a tomar decisiones por imitación, viendo como lo hacen los que nos rodean, en las distintas etapas de la vida. Para ella, la pregunta clave es «¿cómo tomar decisiones libres?», así como «¿qué margen de libertad tengo para tomar esta decisión?», sin necesidad de calificar sin son buenas o malas. Burguet expuso que de cara a la educación para tomar decisiones, en las escuelas se tendría que priorizar la formación de un criterio moral que lleve a los niños y jóvenes a tomar decisiones más solidarias y heterónomas.
Por su parte, la psicoterapeuta Laura Estrada, dijo que a veces tomar una decisión nos puede resultar muy difícil por diferentes razones como la falta de confianza, el perfeccionismo, el miedo a equivocarse o a la pérdida, o bien, por una tendencia a razonar demasiado. Expuso también que a menudo nos olvidamos que decidir supone tres cosas: 1.- renunciar a algo; 2.- queremos tenerlo todo; y 3.- la vida siempre tiene límites. Ante esta complejidad, explicó la terapeuta que a veces decidimos no decidir y dejar que las cosas pasen, como si todo fuese fruto del azar. Eso –dijo– es una especie de victimismo inmovilizador que no contribuye a resolver las situaciones sobre las que debemos decidir. Por este motivo Laura Estrada sostuvo que al tomar decisiones debemos buscar el equilibrio entre razonar y dejarnos llevar.
«¿Podemos decidirnos a decidir?». Con este interrogante comenzó su intervención la última de las ponentes del encuentro, la directora del Grupo de Innovación e Investigación para la Enseñanza de la Filosofía (IREF), Irene de Puig, quien afirmó que tomar una decisión es un proceso que tiene cinco etapas. La primera de ellas es justamente el reconocimiento del problema, conflicto o dilema que nos interpela a tomar una decisión, la segunda etapa se refiere a cómo nos planteamos esta decisión, qué variables consideramos, o qué preguntas nos hacemos sobre ella; la tercera fase es la búsqueda de información, en la que preguntamos, escuchamos, investigamos, observamos la experiencia de los demás; la cuarta etapa es la deliberación que se fundamenta en el pensamiento crítico, en hacer hipótesis y valorar posibilidades desde diferentes perspectivas y con creatividad; la última de las etapas es la ejecución, que significa tomar una decisión sobre el dilema en cuestión y actuar en consecuencia. Todo este proceso supone un ejercicio de reflexión personal, de debate con otras personas, de análisis de variables, entre otros. Irene de Puig finalizó su presentación señalando que tomar decisiones es la única manera de ser personas autónomas, ya que decidir nos hace gestionar nuestra propia libertad.
Durante el debate posterior a las comunicaciones de los ponentes surgieron temas como la posibilidad de no decidir, sobre las emociones –como el miedo– como motivadoras de decisiones; también se habló sobre como enseñar a decidir a los niños y sobre la trascendencia de las decisiones que tomamos, entre otras cuestiones.
Rodrigo Prieto Drouillas