Por Gemma Manau
Colaboradora del Ámbito María Corral
Oporto, Portugal julio 2012
Foto: Creative Commons
Hace un tiempo, en un ciclo de conferencias, conocí a José. Poco después, gracias a un amigo común, hemos ido coincidiendo en distintas ocasiones. Se pocas cosas de él, desconozco su historia, lo que ha hecho, cómo ha vivido, pero si sé que es una de estas personas que sufren en carne propia la crisis de la deuda. El negocio familiar que tenía no le ha ido bien y no ha podido hacer frente a la hipoteca de la casa. Hace poco nos dijo que ya tenía un cartel en la puerta de su casa que decía que aquella propiedad estaba embargada.
A Carmen hace más tiempo que la conozco, vive en una residencia de gente mayor y participa en las clases de alfabetización. Su capacidad de aprendizaje es limitada, muy limitada. Sé que durante mucho tiempo ha sufrido por la difícil relación que tenía con sus hijos, hasta el punto de desembocar en un alejamiento casi total por parte de ellos. Parece que ahora la situación se va normalizando.
Tomás también vive en la misma residencia, ocupa su tiempo haciendo encargos que le piden o ayuda a los otros usuarios. Es alegre. A veces los asistentes sociales me dan algún dato que me pueda ayudar. Como con José, tampoco conozco mucho de la historia de Carmen o de los otros alumnos.
Lo que tienen en común estas personas es que las he ido conociendo hace relativamente poco, no más de algunos años. De todos sé pocas cosas de su historia y de lo que les ha llevado hasta su situación actual.
Sin querer ser ingenua, tengo que decir que hasta cierto punto me alegra haberlos conocido sin saber su historia. El hecho de que sean personas “nuevas” para mí me permite verlas como tales, como personas que están pasando por situaciones complicadas y difíciles y que necesitan ayuda. Esto me libera de prejuicios y juicios a veces precipitados.
Con el tiempo, confieso que he ido conociendo sus historias y veo cómo han ido rehaciendo su vida, el que ha podido salir del alcoholismo, el que está rehaciendo situaciones de desestructuración total de la familia… y también he conocido otros que no lo han conseguido.
No es fácil encontrar el equilibrio entre la ingenuidad –que es infructuosa y termina provocando frustración– y los prejuicios, que son paralizadores. Pero conocer a la persona, aprender a valorarla por lo que es en sí misma y descubrir sus virtudes, me ha ayudado enormemente a aceptar los errores que pueden haber cometido a lo largo del tiempo y que son reales, pero ya no están situados en un primer plano, sino que –sin desaparecer– pasan a un segundo término sin opacar el rostro de la persona.
Y después de haberlos conocido, entonces sí que a veces saber su historia puede incluso ayudar, pero no se transforma en un obstáculo para poder reconocer la dignidad que cualquier ser humano tiene por el mero hecho de existir.