Por Laura Muñoz Olivares
Psicóloga
Sevilla, diciembre 2012
Foto: Creative Commons
En los últimos años se ha avanzado mucho en la concienciación social sobre la importancia de la corresponsabilidad; es decir, en asumir que el cuidado del hogar y la familia es trabajo de todos y todas, lo cual implica –para unos– aceptar nuevas responsabilidades –y para otras– aprender a delegar aquellas que se nos han atribuido históricamente.
Frases como «yo ayudo en casa», aunque bienintencionadas, siguen denotando una falta de conciencia de lo que es o no una responsabilidad propia y compartida. La casa es responsabilidad de todos los que en ella residen y no, como se ha entendido tradicionalmente, el lugar propio de la mujer.
Ante esta realidad es importante recordar que el objetivo de la igualdad de género no sólo consiste en mejorar las condiciones de vida de la mujer, sino también en procurar que hombres y mujeres tengan las mismas oportunidades y responsabilidades, por ejemplo, en la educación de los hijos e hijas.
Quizá sería más fácil de entender si lo que habitualmente se ha presentado como «deberes» u «obligaciones» se nos presentase como “oportunidades”: la oportunidad de estar con nuestros hijos, de preparar la comida, de cuidar a los abuelos, de mantener la casa limpia, de planchar la ropa, etc. Para aprovechar estas oportunidades es necesario conseguir un equilibrio entre la vida laboral y familiar, lo cual es una lucha que nos concierne a todos y todas. Sin embargo, para muchas personas la “conciliación familiar” continua siendo un tema “de mujeres”. De hecho, en estos casos es muy habitual que cuando el padre o la madre no tienen tiempo para hacerse cargo de las tareas de mantenimiento y cuidado de la familia, éstas suelen recaer en el otro miembro de la pareja.
A diferencia de este tipo de situaciones, la conciliación familiar beneficia a todas las personas, ya que posibilita una distribución equitativa de las tareas de mantenimiento y cuidado de las familias como la crianza de los hijos e hijas o la atención de las personas mayores o dependientes. De este modo, todos los miembros de la familia pueden disponer de un tiempo de trabajo, uno de ocio y otro de convivencia familiar, independientemente de cuál sea su ocupación principal.
A este respecto, Nuria Chinchilla, Directora del Centro Internacional Trabajo y Familia del IESE, señala: “La empresa está pensada por hombres y para hombres del siglo pasado. Hay que repensar el trabajo si queremos no llegar tarde a algunos problemas como la baja natalidad, los fracasos escolares…Todo tiene que ver con que no se está en casa y no se convive. Además, cada vez llegan a la empresa personas más egocéntricas, incapaces de hacer equipo. Hay un triángulo entre familia, empresa y sociedad. El que no vive en familia no puede llevar esta experiencia a la empresa, ni a los ciudadanos».
Alcanzar un equilibrio dentro de la jornada diaria entre trabajo, hogar y ocio, facilitaría un mejor reparto de las tareas y el fomento de la corresponsabilidad. A su vez, aceptar las tareas del cuidado de la familia y el hogar como una responsabilidad compartida ayudaría a entender la relevancia de tener tiempo más allá de la jornada laboral.