Por Javier Bustamante Enriquez
Poeta
Barcelona, marzo 2012
Foto: Manuela
Antropológicamente, el rostro se asocia a la interioridad de la persona. En él, en los cambios que podemos apreciar durante una conversación, intuimos pensamientos y sentimientos que no se expresan con palabras. Unas pupilas que se iluminan, una mirada que se pierde, unas cejas que se arquean, un ceño que se frunce, una boca que se aprieta, unas fosas nasales que se expanden, una piel que se enrojece o palidece… Muchos signos muy evidentes o apenas perceptibles, hacen del rostro un espejo de pensamientos y emociones.
Aunque no sólo el rostro es la materialización de nuestra vida interior. Todo el cuerpo es «encarnación» de las demás dimensiones que nos componen. El equilibrio emocional tiene su termómetro en nuestra corporalidad. Durante la vida atravesamos momentos de más plenitud que se expresan en vitalidad, disponibilidad para desempeñar las labores cotidianas, flexibilidad para levantarnos de los tropiezos –incluidos los físicos–, claridad a la hora de resolver problemas o proponer salidas creativas. También cruzamos periodos críticos en que el cuerpo traduce en enfermedad procesos internos que no sabemos enfrentar conscientemente, relaciones con los demás, con nosotros mismos, con el trabajo, que nos resultan difíciles en ese momento concreto de nuestra vida.
Es importante descubrirse el rostro a uno mismo. Y no sólo el rostro, sino todo el cuerpo. Descubrirse el cuerpo, conocerlo, concebirlo en nuestro interior, reconocer que somos una unidad. El espejo siempre muestra la verdad, dicen. La muestra si queremos verla. Contemplémonos por fuera y por dentro, intuyamos la maravilla de procesos que se desarrollan para que podamos respirar, articular un pensamiento, emitir un sonido, tragar un sorbo de agua. Atrevámonos a ver que somos bellos, más allá de los cánones sociales. No importa la edad, el color, las curvas, los vacíos, las arrugas… Importa que somos y que estamos. Somos ricos en existencia. Tenemos todo lo necesario.
Actualmente existen documentales que nos muestran la maravilla del cuerpo humano. Acudamos a ellos y dejémonos sorprender por aquello que nuestros sentidos más inmediatos no pueden captar, pero que está sucediendo ni más ni menos que en nosotros mismos y que sin cada uno de esos micro procesos, no podríamos seguir existiendo.
Descubrirse el rostro también tiene otras connotaciones más allá de las físicas. Desvelarse a sí mismo es un ejercicio de sincerarse. Es común esconder aquello que nos puede lastimar y a los primeros que lo escondemos es a nosotros mismos. Cerramos los ojos a lo que no nos gusta de nuestra persona, de nuestro carácter, de nuestra historia. Lo maquillamos para que los demás no lo conozcan y así no sentirnos excluidos. Pero esta práctica, bien lo sabemos, no trae consigo felicidad, sino lo contrario. Tomar consciencia de ello lo antes posible nos ayudará a salir de esta situación. Por eso, conocerse, descubrir cómo somos o por qué somos como somos, aceptarse, nos pone en la posición de descubrirnos el rostro, tanto a nosotros como a los demás. Nadie es perfecto, ¡qué alegría! Quitémonos el peso de buscar el ideal y de querer parecernos a él.
«Dar la cara» es una expresión equivalente a descubrirse el rostro. En los momentos de crisis social presentes, la gran mayoría se siente engañada por una realidad que no era la que aparentaba. Por eso, qué importante es dar la cara. Dar la cara es mostrarse como uno es. Uno puede pensar, ¿por qué me han engañado?, ¿por qué tengo que pagar por el mal o los errores de otros? Este pensamiento no cambia en sí la realidad. Lo que sí puede incidir, aunque sea en una esfera reducida, es un cambio de actitud personal. Y este pasa por «dar la cara», es decir, hacer frente a las situaciones. Sobre todo a las que podemos modificar. Como una piedra que cae en el agua formando ondas, el ser uno honesto, dar la cara, hacer frente, repercute en nuestro alrededor y se vuelve contagioso.
Ir descubriendo progresivamente el rostro de la vida, de la Vida con mayúscula y de nuestra propia vida, nos ayuda a mirar con ojos nuevos lo que nos rodea, descubriendo que todo nos enseña algo de nosotros mismos. Descubrir lo que somos capaces de ser y hacer nos une a la realidad.
Descubrámonos el rostro, es muy bello para llevarlo tapado.