Por Javier Bustamante
Poeta
Barcelona, julio 2012
Foto: Antiñoños
Hace poco escuché a un amigo comentar que cuando uno vive el futuro por encima del presente es vivir como viejo, ya que en el futuro uno es viejo. Quedé conmovido con sus palabras. En efecto, muchas veces nos instalamos en lo que podría pasar o nos gustaría que pasara y dejamos de tener los pies en el presente, en este aquí y ahora. Invertimos energía y tiempo en ese futuro incierto, aún irreal, y restamos vitalidad a nuestra estancia en el hoy.
Claro que es un buen ejercicio soñar, proyectar, lo que queremos hacer en un tiempo futuro o ir encaminando nuestros pasos hacia una meta concreta, esto nos da orientación y tranquilidad. Pero cuando esta ocupación se convierte en una preocupación, es cuando comenzamos a sacrificar el presente y a vivir el hoy con insatisfacción y sufrimiento.
Todo lo que sembremos en el presente, será lo que posiblemente cosechemos en el futuro. Si vivimos con calidad el presente, disfrutando los momentos felices, enfrentando con realismo las dificultades, aceptando con generosidad las situaciones que se nos plantean, el futuro será una consecuencia esperanzadora.
Generalmente pensamos que la novedad nos la traerá el futuro. En realidad, lo novedoso está en el presente, ya que es lo que está naciendo en este momento. El futuro aún no existe. Si fijamos nuestra atención en lo que está lejos, perdemos de vista lo que está a nuestro alrededor. Incluso, lo que está en nuestro interior.
Por otro lado, nuestra cultura fomenta la eterna juventud. Productos de belleza, tratamientos, comida, dietas, vestimenta… son actitudes que, paradójicamente, nos hacen viejos, ya que estamos viviendo el futuro por adelantado. Intentamos congelar el presente con la ilusión de conservarnos siempre iguales.
Trasladado esto a nuestras relaciones sociales, también se palpa una ausencia del presente. Por ejemplo, el abuso de dispositivos electrónicos como los teléfonos móviles, videojuegos, aparatos para escuchar música y el mismo ordenador, nos pueden sacar del contexto vital presente, quedando automarginados de lo que sucede a nuestro alrededor y haciendo débiles nuestros lazos con la realidad y las personas que la conforman.
Vivir el hoy con consistencia, con aceptación gozosa, con entrega y receptividad, puede ayudarnos a darle al tiempo su valor real. No importa tanto si somos jóvenes o viejos, sino que estamos existiendo en este preciso momento.