Por Javier Bustamante Enriquez
Poeta
Barcelona, abril 2013
Foto: http://cort.as/3xNR
Cuando escuchamos hablar de “bienestar” generalmente se hace referencia al cubrimiento de necesidades materiales, ya sean básicas o secundarias, incluso las superficiales. Después de la segunda guerra mundial se acuñó el término de “estado de bienestar” para designar una forma de organizarse en sociedad donde el estado se encargaría de garantizar a los ciudadanos las bases materiales, tales como seguridad social, empleo, suministro alimentario y energético, vivienda, etc
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El estado de bienestar ha ido haciendo su camino hasta llegar a lo que es ahora: un modelo económico, político y social basado en el consumismo y la satisfacción poco responsable de las demandas materiales de las sociedades. Pero, sobre todo, se plantea el estado como organizador de la vida colectiva de los ciudadanos. Esta manera de resolver lo económico-social no es adoptada solamente por los países llamados “desarrollados”, sino que está presente en todo el planeta de distintas maneras.
El modelo de bienestar social, como sabemos, ha hecho crisis en todas sus facetas: las más visibles como la económica y la política, pero también las más hondas y esenciales, como la espiritual y la moral, dando paso a un estado de malestar social generalizado.
Quizás una de las causas esenciales de este desequilibrio ha sido el poner demasiado acento en la resolución de la vida material de la sociedad. Se ha dejado de lado la dimensión espiritual e intelectual de las personas y, con ello, la capacidad creativa para enfrentar las contradicciones que ofrece la vida. Esto también ha propiciado un alejamiento de la realidad de la cual formamos parte. Vivimos de espalda a los ciclos naturales, no sólo a los que corresponden a otros seres vivos, sino a los propios de nuestra condición.
Los seres humanos somos multidimensionales y la felicidad puede desarrollarse cuando hay consonancia en todos los aspectos de la persona. No podemos sólo alimentar el estómago con lo que se nos ofrezca fácilmente o vivir instalados en las últimas tendencias de la moda, la tecnología, etc. Esta tendencia también la trasladamos a las relaciones humanas cuando se convierten en objeto de consumo, en medios para conseguir algo. Y, sin duda, uno de los agravantes es que todo este bienestar se nos plantea desde fuera y de forma estandarizada, sin corresponder a lo que realmente cada persona singular necesita para “estar bien”.
Probablemente si antes de buscar el bien-estar nos ocupáramos del bien-ser, generaríamos otro tipo de “bienestar”. Llegar a la conciencia de que soy, de que existo y que quizás podría no haber existido, es un gran paso que modifica nuestra estancia en la vida. Después de percatarnos de este “soy”, viene el conocer qué soy, quién soy, cómo soy, qué deseo, lo cual muchas veces nos enfrenta a un mundo de contradicciones, ya que como personas singulares no nos adecuamos al modelo social de lo que deberíamos ser. Sin embargo, cada uno es quien es y como es. El progresivo conocimiento y aceptación gozosa de nuestra realidad íntegra puede llevarnos a un “bien-ser”, para nosotros mismos y para las demás personas que nos envuelven.
Este bien-ser, tanto singular como colectivo, puede ir señalando cómo conseguir un bien-estar que se corresponda con las características propias. Es decir, un bien-estar buscado y propiciado de dentro hacia fuera, fundamentado en necesidades materiales e inmateriales realistas, no impuestas desde fuera de forma estandarizada y dictadas por una economía de mercado.
Si buscamos el ser que somos y lo escuchamos, seremos capaces de generar un bienestar más armónico que redunde en bien de otras personas.