Por Jordi Cussó Porredón
Director de la Universitas Albertiana
Barcelona, diciembre 2013
Foto: Yonatan Crespin
He descubierto que cada vez hay más personas a quienes gusta hacer su árbol genealógico. Quieren conocer quiénes eran sus antepasados: los nombres y la procedencia. Es normal llegar a muchas casas y ver colgado en la pared del comedor un cuadro donde se recoge esta información, acompañada de los escudos de armas de la familia. Incluso hubo una temporada que esto estuvo mucho de moda y se convirtió en el regalo de aniversario de boda que muchos hijos hacían a sus padres. De hecho, era la excusa de los hijos para conocer los nombres de los abuelos y bisabuelos, lo que les hacía mucha ilusión.
También yo caí en la tentación. Quería regalar a mis padres el árbol genealógico de la familia. Recuerdo que, pensando que era una tarea sencilla, intenté hacer este trabajo personalmente. Pronto me cansé. Decidí encargar-lo a algún especialista, pero un día por otro, la cosa cayó en el olvido y nuestro árbol no fue más allá de los bisabuelos. Veremos si alguno de los nietos se anima y llega a descubrir nuestros orígenes más lejanos.
Pero, mirando los nombres escritos me doy cuenta de que sólo son nombres. No conocía nada de su vida. Tenía unos datos elementales, como de carné de identidad: nombre, apellidos, lugar y día de nacimiento, nombre del padre de la madre y, además, la fecha de defunción. Y, cuanto más te alejas en el tiempo, más reducidas quedan estas anotaciones. Este árbol de mis antepasados, sin embargo, no me dice nada de su vida real, de las cosas que hicieron, de las situaciones que tuvieron que sufrir, cómo eran de carácter, por qué razones cambiaron de región, etc. Parece como si sólo quisiéramos conocer unos nombre y apellidos, y con ellos ya tuviéramos suficiente para hacer la historia familiar, eso sí, siempre según nuestra conveniencia.
Cuando nos ponemos a hacer la historia anterior a nuestro engendramiento, la imaginamos bastante idílica. Todo es normal y correcto. Es cierto que las personas mueren, pero casi nunca pensamos que hayan tenido que sufrir calamidades ni sufrimientos. Hemos nacido gracias al esfuerzo, a la generosidad y a la firmeza de nuestros antepasados. Como queremos que nadie sufra, no podemos concebir que el sufrimiento haya sido necesario, para que yo pueda llegar a existir.
Muchas personas ya ven que si la Historia hubiera sido diferente, ellos no habrían existido y, por más que lo deseen, no pueden volver atrás ni cambiar absolutamente ninguna de las cosas que sucedieron en el pasado. Pero, cuando estudiamos la Historia, descubrimos que sucedieron auténticas calamidades: guerras, sufrimientos, muertes, inundaciones, cataclismos, etc. Y aún es más sorprendente darse cuenta que todas estas cosas eran necesarias para que yo pudiera llegar a ser. Son éstas las razones que hicieron que mi bisabuelo dejara la ciudad de nacimiento y se fuera a vivir a la Colonia Güell, donde nació mi bisabuela y, gracias a esto, nació mi abuela. Y mi abuelo materno tuvo que dejar la casa paterna, porque no era el heredero, y tuvo que espabilarse en Solsona, comenzando de nuevo. También gracias a esta concepción familiar tan injusta, conoció a mi abuela, que vivía en la ciudad, y así nació mi madre. Y la Guerra Civil Española desplazó a mi padre hasta Solsona y, gracias a ir a esta ciudad, conoció a mi madre y, así, ahora yo puedo escribir estas líneas. Yo no deseaba ninguna de estas desgracias de mis antepasados y eran auténticos males para quienes las sufrían, pero todas fueron necesarias para que yo llegara a existir.
En algunos momentos, para querer evitar tanto sufrimiento nos coge como un pronto de generosidad y decimos que preferiríamos que la Historia hubiera sido diferente. Si entonces nos recuerdan que de este modo no existiríamos, brota de nuestro interior una especie de acto de heroicidad y manifestamos que preferiríamos no haber nacido, y así la Historia habría sido mejor. Pero, para hacer este «gesto heroico», es imprescindible existir y, por tanto, darse cuenta que la Historia tuvo que ser la que fue. Estas heroicidades son muy fáciles porque son imposibles, ya que por más que queramos no podremos cambiar la Historia. Es un intento de querer compensar nuestro origen y, con este barniz de generosidad, mitigar o eliminar todo lo que nos desagrada pero que fue necesario para nuestro engendramiento.
No obstante, esta actitud que nos lleva a creernos generosos no deja de ser, de hecho, una sutil soberbia. El ser contingente nace de mil tragedias, o no nace. Sólo Dios, desde toda la eternidad, nace sin costar ninguna tragedia a nadie. El ser contingente nace de muchas pequeñas y grandes situaciones dramáticas. Las guerras con Napoleón, las diferentes pestes acontecidas a lo largo de los años, las malas cosechas que arruinaron familias y obligaron a desplazarse a miles de personas a las ciudades, las guerras civiles, etc., y tantos otros acontecimientos, han posibilitado que yo exista. Es decir, yo soy fruto de todas las glorias, pero también de todas las tragedias de la humanidad. Éste es el drama del ser contingente. Y, además, he de alegrarme de esta dramática contingencia, porque posibilita que yo exista.
Querer existir sin que se haya producido ninguna tragedia es querer ser como Dios, no aceptar ser limitado y, sobre todo, no tener que agradecer a nadie la propia existencia. Por este motivo, muchos quieren creer que la Historia empieza con su nacimiento y no les interesa nada de lo que sucedió anteriormente. Disfrutan pensando que ellos han aparecido aquí, sin más, como la eclosión de un pequeño dios en medio de todas las cosas. Se vuelven ególatras y todo lo hacen girar a su alrededor, según su voluntad y sus caprichos. A una persona que hincha su ser de este modo, le es muy difícil aceptar que podría no haber existido. Igualmente le costará mucho tener que aceptar que un día dejará de ser, lo entenderá como una especie de insulto, puesto que él se convierte en imprescindible desde el momento que ha aparecido en la Historia. Es un fútil intento de creer que se puede nacer sin tener Historia.
Estudiar mi árbol genealógico. Quizá lo haré ahora de mayor, pero de otro modo. No me interesan tanto los nombres como las historias personales. Quiero conocer para agradecer y, sobre todo, para trabajar en el presente e ir reduciendo las situaciones injustas que hoy se producen como resultantes de esta misma Historia. Lo mejor que puedo hacer, si quiero hacer actos de generosidad, es trabajar por el bien de los que existen, que son los que realmente podrán disfrutar de mi esfuerzo con respecto a ellos.
Publicado en la Revista RE