Por Leticia Soberón Mainero
Doctora en Comunicación
Rubí, Barcelona, septiembre 2013
Foto: Lolita
Ha nacido un nuevo modo de conocerse. Ya no se trata de ir al psicólogo, ni de mirarse al espejo de aumento o hacerse una TAC. Basta escupir en un contenedor y enviarlo a la empresa de análisis genético. Por unos cuantos cientos de dólares, a vuelta de correo electrónico nos llegará el análisis de nuestro ADN con interesante información sobre el origen geográfico de nuestros ancestros y datos sobre nuestra predisposición a algunas enfermedades, como cáncer o Alzheimer, y nuestra reactividad a algunos medicamentos o sustancias, como la lactosa. Si así lo deseamos, podemos compartir en red esa información, y descubrir a parientes más o menos cercanos, e hijos que ya no será posible negar.
¿Cómo lo han logrado?
Gracias a la secuenciación del genoma humano, y el descubrimiento del llamado “ADN mitocondrial”, es posible seguir las huellas que dejaron nuestros ancestros conforme se extendían por el planeta. Empezaron desde África, donde los científicos coinciden en situar a la primera “homo sapiens” que dio lugar a la población actual del mundo, por lo cual es llamada “Eva mitocondrial”. Se calcula que vivió hace más o menos 150,000 años en la zona de Kenia. A partir de ahí hubo diferentes desplazamientos hacia el norte, y el ADN de los pobladores fue sufriendo sutiles mutaciones naturales, clasificadas por “haplogrupos”, lo cual permite a los científicos detectar dónde se asentaron y quiénes son sus descendientes.
Por ejemplo: hace 60,000 años, los primeros que se desplazaron al norte de África formaron los haplogrupos M y N. 30,000 años después, durante la Edad de Hielo, sus descendientes se fueron a Asia (haplogrupos A, B, C, D, E, F, G, M e Y),Papúa New Guinea (P y Q); Australia (otros grupos M y N), y Europa (H, I, J, K, T U, V, W y X), y hace 25,000 años inició el desplazamiento que luego pobló las Américas por descendientes de asiáticos (A, B, C, D y X). Todas las personas del mundo pertenecen a alguno de estos haplogrupos o líneas de ascendencia materna.
Obviamente esta línea de conocimiento no ha hecho más que empezar. Pero sin entrar en la posible validez de lo que estos análisis dicen descubrir sobre nosotros, en materia de salud por ejemplo, resulta fascinante prever lo que esto supone. Nos da una perspectiva histórica mucho más amplia, aplacando nuestro egocentrismo; reduce un tanto la orgullosa pretensión de algunas estirpes y purezas de sangre, poniendo de manifiesto los flujos migratorios; y queda clarísima la profunda hermandad entre los seres humanos, todos con un ancestro común.
Este descubrimiento se da en la era digital, y por tanto en una curiosa combinación de ciencia y redes sociales, que suscita, como no podía ser menos, numerosas controversias. Muchas películas de ciencia ficción han tocado el tema de la clasificación humana por los genes, anticipando que esta información pueda ser usada para el control de las personas. Ahora es ya posible, y lo será cada vez más. ¿Para el bien de la sociedad o para su control?
Confiemos en que nuestro ADN dé buenos frutos de conocimiento personal, de salud y de solidaridad, que sean lo suficientemente abundantes para compensar los intentos de control que, sin duda, apuntan ya por el horizonte.