Por Gemma Manau Munsó
Colaboradora del Ámbito María Corral
Oporto, Portugal, septiembre 2013
Foto: Creative Commons
Un día, al terminar una reunión muy intensa, una de las últimas personas en salir de ella dijo al úlitmo que salía: «¡Cierra la luz y apaga la puerta!» Al darnos cuenta de la absurdidad de aquella recomendación se produjo un risa general.
Aquella equivocación, leída con un poco de humor, deshizo, casi sin saber ni cómo, la tensión acumulada a lo largo de varias horas de discusiones muy infructuosas. De esta forma el malestar general se escapaba a medida que aumentaban las risas. ¡El sentido del humor nos devolvia la alegría!
Ciertamente hay momentos en que un poco de humor puede dar la vuelta a una situación, quitándole tensión, pero también hay situaciones en las que, en cambio, el humor no es un lenitivo, sino nuestra única posibilidad de diálogo. Decimos las cosas riendo porque no somos capaces de decirlas de ninguna otra forma, o porqué somos conscientes de nuestras limitaciones, de nuestra fragilidad, o porqué aquéllo que tenemos delante nos supera completamente.
Las situaciones de crisis o de conflicto parecen ser fuente inspiradora para muchos humoristas. Miramos, incluso con cierto deleite, el chiste del periódico, o recibimos por correo electrónico todo tipo de mensajes y nuestro correo a menudo queda inundado de quejas o denuncias. Pero es necesario reconocer que hay algunos mensajes expresados con un sentido del humor tan fino y con tanto ingenio creativos, que solo denotan una gran sabiduría por parte de aquél que los piensa y, tanto si queremos como si no, nos acaban dibujando una sonrisa en los labios.
Si el humor va acompañado de una buena sonrisa, además, nos resulta muy catártico, al mismo tiempo que se transforma en un buen espejo donde vernos reflejados. Un espejo que devuelve una imagen de nosotros mismos o de la sociedad, en la qual algunos detalles se manifiestan quizá, de forma tergiversada y por eso nos llaman, todavía con más insistencia, la atención. En aquel rasgo exagerado y deformado confluyen el punto trágico (y a veces incluso apocalíptico) con el que a menudo vivimos y la comicidad o absurdidad de muchas situaciones. Saber reconocer las dos cosas es muy saludable y nos puede aportar una visión, quien sabe si más realista, de nuestro entorno y del momento presente.
Visto así, casi podríamos decir que el humor llega a tener un estatus de virtud, y, como conviene entonces cultivarlo.
Ahora bien, como todas las virtudes, el sentido del humor tiene dos extremos que se pueden transformar en vicios: por un lado, estaría la frivolidad, pasar de ver la realidad con humor a no dar importancia a las cosas, y por otro, se alzaria el extremo de la ironía que duele y hiere al otro.
El humor es aquel vértice entre aquello trágico y aquello cómico que tiene la realidad, lo que significa que se puede inclinar hacia cualquiera de los dos lados: se puede convertir en frivolidad, en una huída alienante de la realidad, porqué precisamente no nos la tomamos seriamente y no nos queremos comprometer, o, en cambio, podemos tomarnos la realidad con seriedad. El humor se puede convertir en ironía o incluso en sarcasmos, que hace reir, pero que al mismo tiempo hiere al que se siente reflejado y busca manipular o desacreditar al otro. A priori, parece un difícil equilibrio.
Asumir y aceptar nuestra realidad concreta parece que puede ser el humus necesario para poder manifestar el humor con sabiduría, pero también pide ingenio y creatividad, nos aporta distancia de la realidad y por eso nos ayuda a verla con perspectiva. A veces nos pone de manifiesto aquello que tenemos de «ridículo», de «cómico», de fuera de lo común; en definitiva, de original.
Ciertamente hay cosas que, sea por su magnitud, sea por nuestras limitaciones, sólo las podemos decir con sentido del humor!