Por Toni Rubio Nicás
Educador social
Barcelona, febrero 2013
Foto: http://cort.as/7UO7
Hace unos meses en el programa del Canal 33 de Cataluña «Singulars» vi al Dr. Ramon Bayés, reconocido catedrático de psicología y doctor en filosofía y letras, hablando del tiempo. De la diferencia que hay entre el tiempo de un médico, del enfermo y de los familiares que esperan; del tiempo objetivo y del tiempo subjetivo… Sin dudar, me puse en contacto porque es un tema que personalmente me fascina y me preocupa. Había escrito sobre el tiempo de los niños y creía interesante hacer un intercambio de impresiones. Y así lo hice. El Dr. Bayés, muy amable, intercambió conmigo tres correos electrónicos en que comentábamos la importancia del tiempo también con los niños a partir de la reflexión que le envié:
«Tiempo, mucho tiempo. Y todos sabemos que nuestro tiempo no es el de ellos. Nuestro tiempo profesional tiene horario; el de ellos no. El suyo es un tiempo muerto, incontrolado, impredecible. Es un agujero negro, un espacio vacío, lleno del día a día, con las imágenes del pasado, con la inseguridad que provoca el desconocimiento y la carencia de referentes claros. Es un tiempo que no se acaba nunca cuando ellos quieren o se acaba siempre que ellos no quieren».
Me animó a seguir profundizando en este tema y a buscar fórmulas para que llegue esta preocupación a instancias superiores.
Y es que el tiempo de los niños es una constante cotidiana en los centros de acogida residenciales (CRAE), una pregunta diaria, una inquietud generadora de desazón y a la cual nosotros como educadores no podemos, en la mayoría de los casos, dar respuesta. El tiempo es muy relativo, engañoso e inacabable y esta relatividad viene sustentada por la burocracia y todo el proceso político y jurídico que genera un desamparo y, por lo tanto, la tutela por parte de la administración.
A partir del necesario desamparo de un niño por su situación de abandono, deja de tener su propio tiempo y su propia opinión y capacidad de decisión. Y cuando hablo de capacidad de decisión me refiero al derecho de decir y opinar sobre aquello que le compete, aunque sea menor de edad, porque tiene unos derechos que lo amparan. Teniendo en cuenta que en ningún caso el niño es responsable y, por tanto, culpable de su situación. Él pasa de ser víctima de su familia, a víctima de todo el proceso que se genera con el desamparo.
Como educador y desde mi posición de observador diario en el acompañamiento del niño en todo este proceso, me siento impotente ante preguntas cómo: ¿cuánto tiempo me queda aquí?, ¿estaré mucho?, ¿me falta poco para marchar? Primero porque en la mayoría de los casos no sé las respuestas, y en segundo lugar, porque la concepción del tiempo no es la misma, y faltaría a la verdad si dijera que en nuestras respuestas somos conscientes del abismo que hay entre su realidad y la nuestra, y es que la concepción y la vivencia del tiempo es intransferible en realidades diferentes.
La visión de la administración, en sus diferentes engranajes, es la de los informes y la documentación sobre los casos, por tanto, un total desconocimiento del niño como realidad. No los conocen, no se acercan, con lo cual no pueden concebir el paso del tiempo en los niños. Un mes, un año… No hay vínculo, no hay conciencia.
El tiempo del niño/a queda sustentado y equilibrado básicamente por el recuerdo de un pasado y por las expectativas de un futuro próximo y, como apoyo de esta balanza, su día a día con sus oportunidades y el apoyo de todos los que formamos parte de su presente. Si su tiempo deja de tener significado porque no le ofrecemos respuestas, nosotros dejamos de tener credibilidad.
Miremos los niños a los ojos, hablemos con ellos, y después ya llenaremos los papeles.