Por Elisabet Juanola Soria
Periodista
Santiago de Chile, julio 2013
Foto: http://www.whystyle.com
Hay estudios sobre los índices de felicidad de los países que, como en otros temas, señalan cuáles están mejor y cuáles no tanto. La manera de medir estos índices es partiendo de encuestas en las que se pregunta a la gente si es mucho, bastante, poco o nada feliz.
Bután, una nación pequeña de la región del Tíbet, en el sur de Asia, tiene un gobierno que mide la Felicidad Nacional Bruta, a través de la Comisión Nacional de Felicidad. Los factores para hacer esta estadística son extraídos de una encuesta realizada a más de mil personas según su bienestar psicológico, salud, educación, buen gobierno, vitalidad de la comunidad y diversidad ecológica.
Sin embargo, si bien la felicidad es resultado de la suma de varios elementos, hay uno que es interno, personal e intransferible: decidir serlo. Podría decirse que para ser feliz se necesita muy poco, casi sólo querer serlo.
¿Cómo se hace? Este es el punto clave. No se puede dar una receta. A duras penas cada persona se esfuerza para conseguirlo y se supone que es lo que todo el mundo desea. Pero, como en otros ámbitos humanos, las decisiones internas necesitan una toma de conciencia previa. Podríamos denominar: estar bien, perdonar, controlar el humor, ser positivo, poner límites y unas cuantas cosas más que simplemente dan calidad a la vida de cada persona.
Ser feliz no es poca cosa, es la llave que abre probablemente todas las otras puertas, la actitud que permite afrontar el resto de cuestiones. La observación nos proporciona ejemplos claros de personas que son felices en la cárcel, con graves enfermedades y evidentes limitaciones, estas personas tienen el tesoro de ser felices, simplemente, y difícilmente les quitarán este don.
En contraposición hay personas a quienes esto les cuesta mucho más. Incluso es posible disfrutar de la vida, tener salud, ser alegres y dar alegría a los demás y, en cambio, tener serias dificultades para ser felices, para mantener una cierta constante de felicidad.
Una vez, en la entrega de certificados de un curso municipal de informática, un joven músico fue contratado para obsequiar unas notas a un público mayoritariamente femenino. Antes de comenzar se dirigió a las asistentes diciendo: «Las felicito por emprender la felicidad» y explicó que el hecho de inscribirse a un curso de capacitación era una manera de decidir ser feliz, pero, además, hacía notar que la felicidad se emprende, que es una manera de ejercer la vida teniendo la iniciativa en la mano.
A menudo transitamos por la vida. «Después de un día viene otro», dice un refrán que nos recuerda que la vida está hecha de pequeños momentos, una expresión llena de sabiduría, similar al step by step (paso a paso) tan en boga, para recordarnos que las cosas se hacen una tras otra. Pero también puede ocurrir que dejemos que pasen los días y no las vivamos. Todos tenemos montones de horas y de días no vividos, no conscientes entre pecho y espalda. Es aquello de: «No sé qué he hecho para llegar aquí», o sea, entre minuto y minuto puede haber una cierta rutina.
La decisión de la felicidad va haciendo un rosario entre todos los momentos vividos y les da plena vida a partir de dar un sí total e irreversible a la existencia.
Publicado en la Revista Re