Por Javier Bustamante Enriquez
Poeta
Barcelona, enero 2013
Foto: http://superacionpersonal.mx
Cada ser humano procedemos de una mujer y de un hombre y, por tanto, conservamos esencia y presencia de ambos, no sólo de uno de nuestros progenitores. Esta herencia se traduce en características físicas, psicológicas e, incluso, espirituales. La sociedad, luego, nos inserta en procesos de división y separación que van generando diversos “ismos”, entre ellos, el sexismo, el cual sobrevalora las características de uno de los géneros en detrimento del otro. No obstante, en nuestro interior está grabada esa tendencia a la unidad y todo lo que nos separa de ella nos causa confusión y dolor.
La progresiva liberación de la actual condición de la mujer tiene que ir de la mano de la progresiva liberación del hombre y viceversa, si no se dan juntas no se darán en profundidad. Y esta búsqueda de la libertad pasa por el conocimiento y la aceptación de nuestra propia realidad, tal y como es. Mujeres y hombres hemos de aprender a contemplarnos como somos, asumir lo que cada uno, desde nuestro género, con nuestras capacidades y límites, con nuestra historia y cultura, podemos aportar a la convivencia.
Ambos sexos somos imprescindibles para la continuación de la vida, nos necesitamos y esta «necesidad» nos salva del aislamiento y del egocentrismo. Una realidad material, como es esta complementación co-creadora, también se extiende a la colaboración mutua para la sobrevivencia, a la esfera de los afectos, a la ejecución de proyectos comunes. La naturaleza nos ha dotado de la diferencia como al resto de los seres vivos.
Hay un aprendizaje muy importante a realizar. Mujeres y hombres tenemos que compartir juntos, de manera horizontal y complementada, los mismos espacios: el hogar, la naturaleza, las actividades de subsistencia, la organización de lo social, el ámbito de la fiesta, la celebración de las creencias… Si mujeres y hombres no estamos presentes en todo, cada uno aportando su diferencia en igualdad, el desequilibrio se hace patente de muchas maneras.
Cada vez más personas son conscientes de lo importante que es convivir en condiciones de igualdad y que hay un sentimiento originario de que procedemos de una unidad. Esto nos impulsa a vivir, no de manera disgregada, sino integrada, congregada.
El riesgo puede presentarse cuando, en aras de una liberación, caemos en un divisionismo y en un sexismo. En el caso de la mujer, el riesgo es el de imitar la postura que hasta ahora el hombre ha adoptado de forma machista. De ahí que el camino lo tengan que recorrer juntos. Revisando quiénes somos como seres vivos, como especie, como géneros femenino y masculino, incluso como personas individuales, únicas e irrepetibles. Esto puede ayudarnos a valorar al otro y a la otra, valorándonos cada quien y, desde esta base, replantear con naturalidad y sin buscar ventajas, convivencias más dignificantes, equitativas, festivas.
El hecho de provenir de una pareja humana, no quiere decir que tengamos que estructurarnos en la dualidad. Precisamente, porque se dio la unión en la pareja, nuestra génesis, nuestra única posibilidad de existir, es la encarnación de la unidad. ¡En el origen hubo la unidad!