Por Gemma Manau Munsó
Colaboradora del Ámbito María Corral
Porto, Portugal, marzo 2013
Foto: Creative Commons
Al menos en Portugal aumenta cada vez más el número de las llamadas smart shops, comercios donde venden hierbas, semillas, cactus, setas o pastillas alucinógenas legales. Se trata de sustancias psicoactivas -alucinógenas, vaya- que, además, pueden provocar adicción y de hecho la provocan.
Aunque los menores de edad no pueden adquirir este tipo de productos, cada cierto tiempo las noticias presentan casos de adolescentes que han tenido que ser hospitalizados por haber consumido estas sustancias.
La recurrencia de este tipo de noticias no me deja indiferente y me despierta una serie de preguntas:
¿Que empuja a estos jóvenes -a veces todavía adolescentes, para quienes el mundo tendría que tener una gran capacidad de sorpresa, con un enorme abanico de posibilidades de realización- a optar en su tiempo libre por consumir estas sustancias, potencialmente tan peligrosas para su salud?
¿Les mueve sólo la curiosidad de probar, de experimentar sensaciones fuertes y alucinantes, de conocer -como decíamos antes- todas las posibilidades que la sociedad les ofrece?, ¿o quizá buscan abstraerse de la realidad cotidiana que no les resulta placentera, buscando viajes alucinantes para huir durante un instante, para olvidarla, aunque sea por unos breves momentos?
¿Que vacío existencial tienen estos jóvenes que para sentirse vivos necesiten este tipo de emociones extremas, ya sea a través de compuestos psicoactivos o de actividades radicales?
Tengo que decir que superada la primera sorpresa -como si se tratase de un boomerang- estas preguntas me retornan. Me pregunto si son los jóvenes los que buscan este tipo de emociones o sensaciones fuertes o es lo que les ofrecemos los adultos.
He intentado hablar con algunos jóvenes y no se muestran tan preocupados como yo. Me doy cuenta que he intentado razonar con ellos, pero quizá lo que hay que hacer es vivir y convivir con ellos, emocionarse conjuntamente con la belleza de una puesta de sol en el mar -espectáculo cotidiano único e irrepetible- conmoverse con el gesto solidario de aquel que de manera altruista ayuda a los demás, o disfrutar sencillamente de un tiempo de fiesta con todo el dinamismo eso conlleva. Eso si, sin convertirnos nosotros en otros adolescentes.
Seguramente debemos pasar tiempo con ellos para que descubran que la vida es suficientemente fascinante y entusiasmadora como para no tener que recurrir a estimulantes para disfrutarla.
Tiempo para descubrir que las emociones fuertes nos producen adrenalina y nos dan un momento efímero de bienestar y euforia, mientras nos damos cuenta que vivir desde esta radicalidad no necesariamente da sentido a la vida.
Tiempo para descubrir cómo es de fascinante vivir amando y dejándose amar. Quizá no es alucinante, pero si, pese a todas las dificultades que cualquier relación supone, es fascinante y entusiasmador y da pleno sentido a nuestra vida.