Parece estar fuera de discusión el hecho de que asistimos a un cambio de época cultural, y que uno de los ejes fundamentales de este cambio son las nuevas tecnologías que hoy se aplican a la comunicación. En este campo la palabra Internet viene a nuestros labios casi espontáneamente, provocando reacciones muy diversas en las personas y los grupos. Acerquémonos un poco a este aspecto, digamos, «más familiar» de Internet: al modo como los individuos, las familias, los agentes sociales intermedios, han ido asimilando esta nueva realidad, y cómo han –hemos– tenido que modificar modos de pensar, de comunicarnos y de actuar tras la aparición de Internet como fenómeno social.
Las personas
Por una parte, son millones de personas las que, no digamos en países de desarrollo, sino también en países desarrollados, desconocen o ignoran el hecho de Internet. Otros muchos lo intuyen apenas vagamente, y algunos se aferran con ardor al propio derecho a permanecer al margen de algo que ven como un mito tecnológico hipnotizador de desprevenidos. No falta quien lo califique de nuevo instrumento de exclusión social.
Por otra parte, encontramos todos los matices de la adhesión a Internet. Pensemos por ejemplo en científicos y especialistas que han visto desarrollarse sus investigaciones con velocidad exponencial; son antiguos usuarios y han domesticado el fenómeno; consultan la Biblioteca del Congreso con la naturalidad de quien levanta el auricular del teléfono para llamar a la abuela. Están también los niños y jovencísimos internautas que han nacido ya en plena era telemática y se mueven por Internet como por su casa, sin ningún problema. También los entusiastas de las nuevas tecnologías se constituyen en grandes defensores de la famosa red de redes resaltando su calidad de grandioso instrumento para el desarrollo cultural y social.
No es extraño, pues, encontrar personas que se sienten casi acomplejadas por no tener un ordenador, o por seguir manejando un procesador de textos que no usa iconos ni ventanas, o por no haber «navegado» jamás, ni visto una página web. Dentro de las familias a veces se leen estos hechos en clave generacional, y los no informatizados sufren como si estuvieran realmente fuera de onda, como perdiendo el último tren de la historia.
Seguramente es tarea de los agentes sociales intermedios matizar los extremos y adentrarse con equilibrio en un momento histórico que parece desbordar a los individuos aislados e incluso a las familias. Pero esos mismos agentes sociales han tenido que desplegar un enorme esfuerzo y aún deben reflexionar con sosiego sobre las implicaciones de lo que están viviendo.
Los agentes sociales
Empresas comerciales, instituciones, ONG, universidades, iglesias o gobiernos han tenido que lanzarse en poco tiempo a realizar un verdadero cambio de enfoque en el concepto de trabajo de equipo, difusión y propaganda, lenguaje corporativo, ventas, ritmo laboral, comunicación, etc. Han debido convencer a sus directivos de que valía la pena emprender una nueva etapa; han tenido que buscar técnicos de su confianza, objetivo a veces muy arduo de alcanzar; han renovado la formación de su personal; actualizado a marchas forzadas su base de datos, han intentado colgar una página web que expresara de forma innovadora sus mensajes habituales, han tenido que recopilar listas de distribución a través de correo electrónico, luchar contra la inercia que los ataba a antiguas maneras de trabajar, etc.
Muy bien, muchos y muchas lo han hecho ya. Pero ¿hacia dónde va todo ese esfuerzo? ¿Tiene sentido? En pocas palabras, ¿sirve de algo «estar» en Internet? ¿Es una realidad o un espejismo? ¿En qué sentido sustituye, enriquece o modifica las relaciones personales, profesionales y comerciales que han marcado la historia de los últimos 50 años?
Internet: qué da y qué no da
Sería arriesgado intentar responder las preguntas planteadas más arriba. Nos encontramos en pleno «río revuelto» y no es fácil adquirir cierta perspectiva. Pero sí pueden otearse algunas pistas para la reflexión, empezando por ver Internet con un talante realista y con cierto humor.
- Es un gran altavoz pero pide esfuerzo y dedicación. Estar en Internet amplía enormemente el número de nuestros lectores reales y potenciales, pero no garantiza la difusión realmente masiva de los mensajes. Es un mundo cada vez más abigarrado y hay que aprender a «anunciarse» en él.
- Simplifica la vida aunque también la complica. El ordenador y las redes hacen mucho más fácil obtener información y enviarla, pero hemos de aprender nuevas formas de seleccionarla, de entenderla y digerirla.
- La «gran biblioteca virtual» está en un mundo que tiene cada vez menos lectores. McLuhan habla del «síndrome del espejo retrovisor», según el cual uno vive en una sociedad nueva usando todavía los modos de comunicación inmediatamente anteriores. La mayoría de los contenidos de Internet han «pasado» directamente del libro o archivo a una página web, pero a la larga deberemos modificar nuestros lenguajes y «géneros literarios», pues la cultura digital ya no es sólo textual. No es lineal, es por «flashes», tiene movimiento, imagen y música.
- Potencia el trabajo a distancia. Ahora podemos colaborar más fácilmente con personas lejanas; ello mismo exige aprender formas nuevas de organización, evitando escapar a lo que debemos hacer in situ.
- Su inmediatez revoluciona nuestro sentido del tiempo. Podemos actualizar las agendas en tiempo real, comunicar y recibir noticias inmediatamente, pero el día sigue teniendo 24 horas y nuestra capacidad de asimilación sigue requiriendo el tiempo de siempre.
- Posibilita el diálogo y la interactividad. Internet es un medio de comunicación nuevo en la historia: cada usuario es un interlocutor. Puede haber, por primera vez, una «creación colectiva» de cultura, sólo que esto no es tan sencillo como sentarse y abrir un chat. Ello exige personas capacitadas y establecer ritmos y metodologías para un intercambio verdadero y serio.
- Nos enriquece, pero no sustituye la relación interpersonal directa. Eso lo sabemos y lo vivimos todos. Como sucede con una carta, un cedé con la voz de los amigos o incluso un deuvedé, el correo electrónico es otro estupendo auxiliar de la comunicación, pero jamás sustituirá el encuentro, la sonrisa, el gesto de amistad persona a persona.
- Internet es sólo uno entre muchos otros medios. Un agente social, que desee ejercer la comunicación social hoy, no puede prescindir de Internet, pero ni mucho menos puede ser el único modo de presencia en la sociedad. Dar a cada medio su peso, es sabiduría.
- En Internet (y en toda comunicación social) lo más valioso es la contextualización. No tanto dar más datos, sino ofrecer valores y marcos de referencia, que contribuyan a relacionar datos, dar forma significativa a la información, ofrecer referencias para que los usuarios hagan su propia, libre lectura de la realidad.
Boletín semanal nº 61