Ante el exponencial crecimiento de la tecnología, el auge del utilitarismo y la excesiva especialización del conocimiento en detrimento de la cultura humanística, debemos volver a cuestionarnos el auténtico sentido de las humanidades ya que sólo desde éstas, podremos dar respuesta a los problemas éticos y morales que afectan a nuestra sociedad, caracterizada por la anomia y por la carencia de valores. Por este motivo, la cena 211 Hora Europea del pasado 15 de mayo trató el tema de «Recuperar las humanidades”.
La primera intervención fue a cargo de Jaume Aymar, decano de la Facultad de la Filosofía de la URL, que realizó una defensa de la filosofía, ‘el amor a la sabiduría’, constatando además el creciente interés popular hacia esta disciplina, dado que socialmente existe una extendida creencia sobre el riesgo de deshumanizarnos. Ante la progresiva compartimentación y división del saber, señaló la necesidad de volver a un saber holístico, de síntesis, desde la transversalidad y la interdisciplinariedad. Subrayó que, históricamente, se ha ido produciendo una peligrosa escisión entre los conocimientos y la sabiduría e hizo un repaso histórico de esta fragmentación desde el trivium y el quadrivium llegando hasta nuestros días. Finalmente, concluyó con la idea de que las humanidades van ligadas a valores que son inherentes de la condición humana y que, de hecho, se podrían definir como «el cultivo de la sabiduría que nos hace más humanos».
«¿Qué sería una escuela sin artes y humanidades?». Ésta fue la pregunta con la que comenzó su aportación la doctora en pedagogía y directora de la escuela Epiqueia, Maria del Mar Esteve. Ella misma, respondía que una escuela sin humanidades es una carcasa vacía, sin latido y que, de hecho, no sería nunca una escuela. Los niños son tanto «creaturas» de cultura (receptores de la tradición) como creadores de cultura (agentes activos). El arte y las humanidades son esenciales porque les conducen a entrar en contacto con la aventura humana, aportándoles un punto de partida en lo que concierne a su creación artística personal. En este sentido, la escuela debe trabajar tanto la dimensión objetiva como subjetiva de la cultura y ser capaz de aprovechar todo su poder evocador. Para lograr que las disciplinas humanísticas estén presentes en la escuela, es necesario que confluyan tres elementos: maestros que sean capaces de dar testimonio y de transmitir su experiencia artística como un saber ya vivido por ellos, la presencia y el lograr que se respire esta sabiduría por toda la escuela –también en los objeto– y el hecho de tener presente que la utilidad de la educación no se manifiesta sólo en pruebas objetivas sino también en las cosas intangibles. A propósito de esto, recordó unas palabras del humanista George Steiner: una persona que haya tenido el privilegio de crecer en una escuela donde se hayan potenciado las humanidades dispone siempre de «una salvaguarda contra el vacío».
La idea de ofrecer una respuesta a qué es el humanismo fue el hilo conductor de la ponencia de Gregorio Luri, pedagogo y doctor en filosofía, que nos adentró en la filosofía griega para explicarnos cómo el humanismo no tiene nada que ver en realidad, con la erudición ni con la acumulación de sabiduría, sino que constituye más bien una actividad que implica dirigir la atención hacia uno mismo y que quedaría resumida en el famoso «conócete a ti mismo» socrático. El reto del humanismo está estrechamente relacionado con la terapia, con el hecho de ser capaces de proporcionarnos experiencias de límite (Platón). El límite también se manifiesta en la forma y el juego del humanismo es aquella posibilidad de hacernos visibles en la peor y en la mejor versión y/o forma de nosotros mismos. Por lo tanto, el humanismo es tanto el cuidado de uno mismo y la defensa del valor terapéutico de los límites, como el hecho de tener una determinada actitud –sensata, sabia– hacia el conocimiento, una postura que parta de la aceptación de la fragilidad constitutiva de lo humano (Martha Nussbaum).
Cuando Jordi Craven –doctor en medicina y experto en bioética– comenzó a hablar, se escuchaba las notas de los primeros compases de la quinta sinfonía de Beethoven, con el objetivo de recordar que nuestra sociedad vive un momento de crisis, un derrumbamiento económico y moral que nos obliga a encajar los golpes del destino, dado que la técnica ha pasado por delante de los valores. Apuntó que «ante esta complejidad técnica, hay que recuperar las humanidades en el sentido más amplio; en el sentido de la sabiduría más que de la erudición». Éstas deben fundamentarse en valores porque, en definitiva, «las humanidades son los valores que guían nuestra actuación». Finalmente, nos habló de cómo la tragedia griega nos ayuda a aceptar con dignidad la propia adversidad y citó unas palabras de la enfermera y cooperante Isabel Rodríguez, publicadas ese mismo día en «La Contra» de La Vanguardia, a modo de resumen de toda su ponencia: «Con los años mi cuerpo decae, pero mi espíritu crece».
Dadas las reiteradas alusiones al manifiesto del 16 de enero de 2013, «Unas humanidades con futuro”, promovido por profesores de diferentes disciplinas bajo el amparo del IEC y de la Facultad de Teología; uno de sus principales impulsores, el catedrático de sociología Salvador Giner, destacó que el manifiesto va dirigido a la ciudadanía en general y que su razón de ser es el precario lugar que ocupan las humanidades tanto en la enseñanza secundaria como en la superior. En sus propias palabras, el objetivo del texto es el de llamar la atención sobre cómo sería un mundo sin humanidades y reivindicar así, el valor de los clásicos (griegos y latinos) y el de toda la tradición literaria y de pensamiento occidental. Es preciso desmontar el tópico de que los clásicos son demasiado difíciles y que por ello se encuentran lejos de nuestro alcance como lectores.
A continuación, hubo un enriquecedor coloquio en el que se plantearon diferentes temas como, por ejemplo, la división entre el mundo humanístico y el científico-técnico y la relación entre las humanidades y el discurso ideológico.
Elisenda Serrano Munné
Ámbito María Corral