Por Sofía Gallego
Psicóloga y pedadoga
Barcelona, junio 2014
Foto: Pixabay
Hace solamente veinte años el término redes sociales estaba reservado al campo de la sociología, con el significado de ‘relaciones que se entretejen entre las personas’. Eran las redes sociales las que daban y aún dan soporte a los individuos en su desarrollo personal y social.
Actualmente este término –el de redes sociales– evoca en la mayoría de los ciudadanos otro tipo de redes: Facebook y/o Twitter, con un sentido algo alejado del citado anteriormente. La importancia de éstas viene en gran parte determinada por su presencia continuada en la vida de las personas, especialmente en los más jóvenes, usuarios empedernidos de ellas.
Resulta difícil imaginar un mundo sin la existencia de Twitter y Facebook muchas son sus ventajas, pero también tienen inconvenientes. Entre las primeras, y sin ánimo de ser exhaustiva, se puede citar el enorme logro que supone poder estar comunicado con personas de cualquier parte del mundo y en tiempo real. Quizás esta inmediatez sea a la vez su mayor desventaja. La inmediatez y la rapidez no congenian mucho con la reflexión mínima y necesaria para elaborar y escribir cualquier idea.
En los últimos días y a raíz de algunos acontecimientos sociales acaecidos, como puede ser el asesinato de la presidenta de la Diputación de León, Isabel Carrasco, o bien la victoria del equipo de básquet Maccabi de Tel Aviv; observamos que en ambos casos se produjeron en las llamadas “redes sociales” mensajes moral y éticamente reprobables sobre la valoración de los políticos. En el segundo caso, incluso se trataba de mensajes de claro contenido antisemita.
Si hasta aquí se ha hablado de las herramientas, de las redes, quizás también se deba dedicar algunos momentos a hablar del usuario. Del usuario que siente la necesidad imperiosa de manifestar su opinión ante un hecho determinado y que ésta (la opinión) sea compartida o conocida por sus muchos seguidores o amigos. Un mensaje escrito sin la mínima reflexión, nacido desde la visceralidad, sin pensar en las consecuencias que pueda tener, tiene muchos números de herir susceptibilidades o de suscitar malas interpretaciones. Si se opina sobre un hecho de tipo social en el que el protagonista queda muy alejado de la realidad del emisor, parece mucho más fácil juzgar negativa o agresivamente que cuando las personas o situaciones forman parte del propio contexto. La moral de mínimos, tan bien argumentada por la profesora Adela Cortina, no puede ser obviada nunca.
Redactar un mensaje, expresar una opinión siempre debe atenerse a la moral porque es en el respeto que se hace posible la convivencia. La repercusión social que puede tener un mensaje agresivo o de mal gusto es amplia, su proyección excede a los destinatarios y éstos, a su vez, pueden influir en otras personas que no van a leer directamente el mensaje, multiplicándose la posible repercusión de la idea emitida. Expresar una opinión, por simple que pueda parecer, siempre requiere una mínima reflexión y ésta debe encuadrarse fundamentalmente dentro de la moral y la ética.
Otro apartado merecen los aspectos formales de los mensajes; el olvido sistemático de la elegancia en la ortografía o de la corrección sintáctica, por no hablar del abundante uso de abreviaciones que atacan de manera despiadada la lengua escrita.
En ningún momento se ha querido poner en tela de juicio la existencia de las redes sociales en el sentido que se apuntaba más arriba, ni su utilización; solamente se ha querido expresar la necesidad de que los mensajes se adecuen a unas mínimas normas éticas y a que sean expresados, si cabe, con un mínimo respeto a los aspectos formales de la lengua.