Por Esther Borrego Linares
Trabajadora social
Barcelona, noviembre 2014
Foto: El Raconet de Manolo
Seguro que todos nos habremos fijado en algún momento en los músicos que tocan en el metro, a veces porque suenan bien, porque es música adecuada para el momento que pasamos o porque la canción que en aquel momento cantan nos traslada a un tiempo y a un lugar y nos lleva a sentir de nuevo algo que habíamos vivido… o todo lo contrario.
Pues bien, el otro día, al anochecer, cuando me dirigía a una reunión pensando en cómo se alargan algunos días, que parece que no se terminen, de repente, al pasar ante un chico que tocaba, no me fijé ni en si lo hacía bien, ni tan siquiera en lo que sonaba, vi un cartel grande sobre la funda de la guitarra, allá donde se echan las monedas, que llamó mi atención: «Sonríe, es gratis».
Me hizo sonreír y sin parar de caminar, oí un «¡gracias!». Entonces me volví y nos sonreímos los dos. Evidentemente, a partir de aquel momento el camino fue más agradable por este detalle y quiero pensar que para él también fue una agradable sensación.
Son muchas las frases que se dedican a la sonrisa y a cómo nos cambia el estado de ánimo, nos facilita las conversaciones, nos carga las pilas… Recuerdo algunas: «Una sonrisa no cuesta nada, pero vale mucho». «La sonrisa es la mejor receta para caminar feliz por la vida». O «la sonrisa es más barata que la luz e ilumina más». Podríamos añadir muchos otros dichos que la sabiduría popular nos aporta al respecto.
El hecho de que alguien que pone su música, su talento a disposición de los que viajamos en transporte público no sólo espere que le dejes algunas monedas, sino que con un cartel como este sea capaz de hacerte sonreír, nos recuerda la importancia de ir por la vida con una actitud agradecida y generosa.
Algunos días, cuando por la mañana sales de casa y te vas cruzando con personas que ponen cara larga, pocas veces ves sonrisas. Lo que te llega del otro es que tiene prisa y me atrevería a decir que no va muy contento al lugar donde debe ir, aunque seguro que no siempre es así. Hemos de mirarnos al espejo y sonreír, para recordar lo bonito que es vivir, poder compartir el espacio con otras personas y sentir que tenemos todo un día por delante para poder dar y recibir sonrisas y, con ellas, un poco de la energía positiva que nos podemos contagiar unos a otros.
Seguramente, aquel músico consiguió en aquella ocasión muchas más sonrisas además de la mía y espero que alguien más se llevase acompañado de una sonrisa, su sincero: ¡Gracias!