Por Esther Borrego Linares
Trabajadora social
Barcelona, febrero 2015
Foto: Creative Commons
Se acababa un congreso de dos días y medio y ya sólo nos faltaba comer, cuando al ir hacia uno de los comedores preparados para la ocasión, nos dejamos llevar, una vez más y seguramente sin pensar, por la conocida falta de tiempo y por esas prisas que casi siempre dejamos que nos acompañen. Nos sentamos con dos señoras de cierta edad, Joana y Núria, y una tercera que debía ser más o menos de la nuestra.
Al sentarnos pensamos que sería una buena manera de acabar pronto: era el comedor más cercano a la cocina y además, como no nos conocíamos, sería sólo comer y marcharnos. Pero cuántas veces la vida nos pone delante regalos que nos confirman o nos ofrecen principios y criterios que podemos tener presentes en otros momentos…
Durante la conversación y sin saber muy bien por qué, Joana y Núria, sin darse cuenta casi, pero con mucho sentido, nos fueron explicando como se habían conocido; su vida, los años que hacía que se habían encontrado en la escalera de aquella misma escuela en donde estábamos, cómo no habían dejado nunca de saber la una de la otra, el bien que les había hecho el haber sido alumnas de aquella escuela, las muchas cosas que la vida les había dado… y cómo estaban de contentas. Todo aquello lo decían tanto la una como la otra y cuando una perdía el hilo, la otra lo recuperaba; lo decían con palabras, pero también con la mirada, la cara y unos gestos de profunda ternura y complicidad, de la una hacia la otra.
Íbamos escuchando su relato, atentas, sorprendidas y agradecidas.
Cabe destacar que aquella mañana, en una brillante intervención, se había hablado sobre la amistad y sobre la gran riqueza que supone tener amigos. Ya sabemos aquello de: «Quién tiene un amigo tiene un tesoro». Y habíamos escuchado que la amistad nos hace «des-plegar-nos» para llegar a ser el mejor de nosotros mismos, pues la amistad nos completa y nos hace ser el uno para el otro.
Escuchar aquella bella historia al final del congreso, sin esperarla, como un regalo, fue la confirmación de la importancia de tener amigos, de poder ser el mejor de uno mismo para el otro y de ofrecer lo mejor que uno es, al otro, pudiendo ser quien es.
¡Gracias, Joana! ¡Gracias, Núria! Por vuestra vida de donación, pero, sobre todo, por vuestra amistad, que no solamente os ha hecho mejores a vosotras, sino que también ha mejorado vuestro entorno. Y además, podéis continuar siendo testimonios de profunda amistad para el mundo.