Por Sofía Gallego
Psicóloga y pedagoga
Barcelona, febrero 2015
Foto: Creative Commons
En estas fechas, son muchos los anuncios que se ven de escuelas de educación primaria y también secundaria, que invitan a las familias a visitar la escuela y sus diferentes instalaciones; jornada de puertas abiertas, lo llaman. También, en el mismo sentido, siguen esta tendencia, algunas instituciones de enseñanza superior. Las jornadas de puertas abiertas y las sesiones informativas, son ofertas a las familias y a los futuros estudiantes en un intento de ayudar a estos, en la elección que tienen que hacer, pero también, –¿por qué no decirlo?– tienen la finalidad de atraer nuevos alumnos a su institución. Nos centraremos especialmente en el último caso, el de los estudiantes universitarios. La elección de carrera –elección de grado en terminología actual– es un proceso en el que intervienen tres factores: la familia, el estudiante y la institución educativa. De todos modos y como sucede en todos los procesos de toma de decisiones entran también en juego diversas variables. Hoy focalizaremos la atención en el papel de la familia.
En la elección del centro para cursar la enseñanza primaria, la familia tiene todo el protagonismo; la opinión del niño no se puede tener en cuenta, en especial en los primeros cursos, pues no tiene criterio para poder hacer la elección. Sin embargo, en la elección del lugar donde cursar la enseñanza secundaria, la opinión del chico sí toma relevancia y a menudo la familia tiene que escuchar su opinión. No se puede matricular a un preadolescente en un centro que no acabe de gustarle, pues probablemente presentará alguna resistencia y los resultados académicos se resentirán. Pero ¿cual debe ser el papel de la familia cuando se trata de elegir universidad? En este caso nos encontramos ante un chico de dieciocho años, que es de esperar que, después de toda la enseñanza obligatoria y posobligatoria, tenga un criterio más o menos formado sobre su futuro, a pesar de que a veces, este pueda no ser lo suficientemente claro.
Previamente a la elección de universidad, el joven tendrá que tener más o menos clara la carrera universitaria que quiere estudiar. Y quizás este sea el verdadero problema: que el joven sepa a que quiere dedicar su carrera profesional.
En la sociedad actual, tan cambiante, es casi imposible tomar decisiones con los mismos parámetros, con los que los padres de los chicos de hoy, hicieron su elección profesional. Por eso el papel de la familia puede quedar reducido a ayudar a los jóvenes a crear sus propios criterios de elección. Algunos aspectos a tener presente podrían muy bien ser los siguientes.
El mundo actual, tan cambiante, hace muy difícil poder ni siquiera imaginar cómo será el mundo en general y el mercado de trabajo en particular, cuando el joven acabe los estudios. Por lo tanto, resulta complicado saber qué acogida podrá tener en el mercado laboral, una persona con una determinada titulación. Hace falta, por lo tanto, buscar una formación sólida antes que una formación que pretendidamente, asegure una buena aceptación posterior.
Otro aspecto que no debe olvidarse son las características personales del joven. El chico puede no tener suficiente autoconocimiento y mostrar cierta tendencia a tener unas expectativas superiores a sus posibilidades, a pesar de que también se puede dar el caso contrario: que el chico se piense que no puede lograr determinados retos cuando realmente sí que lo puede hacer. Aquí sí que la familia puede hacer un buen papel, si tiene una visión objetiva del hijo: ayudarle a averiguar sus verdaderas capacidades, valores y actitudes.
Este momento, el de la elección de carrera, es una buena ocasión para indicar al joven la necesidad de realizar un plan de desarrollo profesional, o sea, fijarse unos objetivos profesionales e ir diseñando, despacio, la manera en como se prevé que se podrán conseguir. Aún así y a riesgo de romper el encanto, también deben tenerse en cuenta los aspectos económicos. Casi siempre, es la familia, quien asume la financiación de los estudios y sabe cuál es su verdadero potencial económico.
Y un último criterio, sea cual sea la elección realizada: los estudios escogidos se tienen que hacer bien. Y aquí la familia sí que, desde mi punto de vista, tiene que ser rigurosa y exigir excelencia en el rendimiento, entendiendo por excelencia, el hecho de que el chico dé lo mejor de si mismo y mantenga una actitud responsable.