Por Javier Bustamante Enriquez
Poeta
Barcelona, marzo 2015
Foto: Creative Commons
En el año 1128 Hugo de San Víctor escribió la obra Didascalicon, título que proviene de la palabra griega didascalia y que podría traducirse como «asuntos relacionados con la instrucción». En este texto del siglo XII se otorga una especial importancia a la lectura. Destaco tres lecciones que Hugo da al lector en relación a la humildad y al hecho de aprender: la primera, que no se debe despreciar ningún conocimiento o escrito, cualquiera que este sea. La segunda, que no se avergonzará de aprender de ningún hombre. La tercera, que cuando él mismo haya alcanzado el conocimiento, no mirará a nadie por encima del hombro.
¡Qué contemporáneas nos resultan estas sugerencias o lecciones, que son válidas no sólo para la lectura o para el quehacer académico, sino para la vida misma!
«No despreciar ningún conocimiento o escrito», nos sugiere primeramente nuestro maestro medieval. Esto puede trasladarse a valorar todo lo existente. Todo es susceptible de enseñarnos, de aportarnos, de enriquecer nuestro acervo. Escuché en una entrevista a una madre de familia que decía que quienes más la han enseñado son sus hijos. Ellos le han mostrado el valor del límite. Todo el tiempo la han estimulado a aprender más, tanto de sí misma, como de todo aquello necesario para ayudarlos a crecer.
De la situación más insignificante que nos pase en el día de hoy, podemos aprender. Y no digamos ya de los grandes acontecimientos de la vida, esos que nos dejan hondas huellas, como la enfermedad, la muerte, el conocer a personas que nos acompañan por el resto de nuestras vidas, el descubrimiento de la propia vocación, los errores…
«No avergonzarnos de aprender de ningún hombre» o mujer, continúa instruyéndonos Hugo de San Víctor. Recordemos que estas lecciones estaban destinadas a personas que se adentraban en el mundo de las letras, cosa que en la edad media no podía hacer toda la población. Esta recomendación rompe con la distancia que impone la academia, otorgando o reconociendo el saber a cualquier persona y por lo tanto, desjerarquizando. El hecho de que otra persona no sea versada en lo mismo que yo pretendo conocer, no quiere decir que no pueda yo aprender algo o mucho de ella.
El tema de la vergüenza surge aquí justo cuando estamos abordando valores como la humildad o el conocimiento. Y no es gratuito. Una de las definiciones de humildad nos la da Teresa de Ávila: «andar en verdad». ´Humildad`, como ´humanidad`, parten de la palabra humus: «tierra». Aquello de andar, que nos sugiere Teresa, nos remite a la tierra, a estar plantados en un mismo nivel de realidad. Quien anda en verdad, no tiene porqué avergonzarse de sí mismo ni del otro. Todos podemos aprender de todos, todos podemos, asimismo, enseñar. Nos situamos, pues, en el plano del compartir, del poner en común, en este caso, el conocimiento.
La última sugerencia de Hugo de San Víctor viene a concluir este recorrido: «cuando hayamos alcanzado el conocimiento, no hemos de mirar a nadie por encima del hombro»”. ¡Qué humano es el envanecerse de lo que uno tiene y los demás no! Es el principio del uso y abuso del poder. Cuando transformo una situación de «diferencia» en condición de «desigualdad» y me sitúo en el punto de ventaja, entonces puedo ser capaz de cometer actos de inhumanidad.
Mirar por encima del hombro es querer elevar mi estatura artificialmente. De esta manera, desprecio al otro y dejo de querer compartir el mismo suelo con él. También instrumentalizo el conocimiento mismo y todo el proceso de enseñanza-aprendizaje que he recorrido, ya que lo convierto en una herramienta de prestigio y no en un bien común.
Qué nos deja Hugo de San Víctor en estos breves consejos: apreciar todo, porque todo nos hace presente que estamos vivos y en relación con otros seres. Compartir no empobrece ni tendría que ser motivo de vergüenza, todo el tiempo estamos dando y recibiendo, consciente e inconscientemente. Aunque aparentemente poseamos alguna cosa más que los demás, esto no nos hace superiores ni inferiores, en todo caso, nos hace responsables de aquello que tenemos y ojalá, dispuestos a transformar en servicio, esa capacidad o potencialidad.
Es importante saber, pero quizás es más importante «saber saber». Esta sabiduría es más cordial que intelectual.