Por Sofia Gallego
Psicóloga y pedagoga
Barcelona, marzo 2015
Foto: Creative Commons
Hace ya unos cuántos días, diferentes medios de comunicación social se hicieron eco de los resultados obtenidos en un estudio elaborado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), realizado por encargo de la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género, organismo dependiente del Ministerio de Sanidad, Igualdad y Servicios Sociales del gobierno español. Si bien no es este el lugar para hablar de las características técnicas del estudio mencionado, la importancia de los organismos implicados supone también la garantía de su corrección. Las opiniones que expreso en este escrito parten de las informaciones aparecidas en diversos medios de comunicación escrita. El estudio tiene como objetivo el conocimiento de la población en la franja de edad entre quince y veintinueve años. Admito, pues, que mis reflexiones no harán justicia a la totalidad del informe.
El retrato de nuestros jóvenes, que el estudio recoge respecto a la violencia de género no es muy halagüeño. A partir de las conclusiones explicadas en las diferentes informaciones, parece que los jóvenes tienen unas pautas de pensamiento que armonizan con una visión patriarcal, en la que es el hombre de la casa quien tiene el poder de decisión sobre casi todo, y que acepta, que la mujer no trabaje fuera de casa, haciendo realidad aquel refrán castellano que nos recuerda que la mujer tiene que estar en casa y si hace falta, incluso con la pierna quebrada, para que así no pueda salir; lo que en catalán diríamos «enganxada a la filosa». Y no solamente esto, sino que el patriarca puede interferir también en las relaciones sociales de la mujer, prohibiendo que tenga contacto con sus amistades y/o familiares. Todos estos comportamientos de control no se perciben como violencia. La violencia se acostumbra a asociar a los golpes y a los maltratos físicos en general, pero se olvida que también se puede maltratar psíquicamente. De todo esto, puede deducirse que los jóvenes, no tienen un concepto claro sobre qué es realmente la violencia de género.
Ante esta situación, la pregunta que me hago es que estamos haciendo mal con nuestros jóvenes, puesto que después de múltiples campañas publicitarias todavía parece que estén anclados más o menos, en el modelo androcéntrico del cual hablábamos antes.
Señalar un solo culpable sería demasiado fácil. La situación es bastante compleja para pensar en varios factores, unos de influencia más lejana, como por ejemplo los medios, de comunicación, incluyendo películas, series, publicidad, comics, y otros, los factores familiares, como los modelos de comportamientos y actitudes de la familia más o menos cercana, que pueden aparecer ante una situación de violencia doméstica.
Ciertamente nos encontramos ante un grave problema social las soluciones del cual no parecen fáciles. Sería demasiado sencillo pensar que unas cuántas campañas publicitarias en televisión y en los diarios aportarían la solución del problema. La solución se me dibuja más compleja: tenemos que empezar a pensar en una intervención educativa que descarte del todo, violencia de cualquier tipo: la física y la psíquica. Nuestra sociedad, en un intento de democratización mal entendido, ha bajado la guardia en la corrección en el trato social, aquello que en el siglo pasado se denominaba educación o mejor dicho, urbanidad, entendiendo como tal un conjunto de normas que regían las relaciones sociales; el respeto por el otro y el pensar en el otro como en la representación de uno mismo… Agredir al otro también es agredirse uno mismo. ¿O acaso necesitamos humillar al otro para sentirnos nosotros superiores?
Cualquier intervención educativa o social que se diseñe debe tener, bajo mi criterio, dos destinatarios: en primer lugar, el agresor, haciendo que vea al otro como merecedor de respeto y amor; en segundo lugar, la víctima, ayudándola a tomar conciencia de su valía y haciéndola sentir digna de ser amada y respetada. Como objetivo prioritario habría que saber determinar cuál es la línea roja que no se puede pisar en cuestión de violencia de género.