Por Sofía Gallego
Psicóloga y pedagoga
Barcelona, julio 2015
Foto: hartuemanak
Hace pocos días me sorprendí al leer un artículo en el periódico que utilizaba el término edadismo, al que se le daba el significado de discriminación de las personas en función de su edad. El artículo se refería básicamente a la falta de estima hacia las personas mayores. La palabra tiene las mismas características que pueden tener, sexismo o racismo –discriminación en razón del sexo o de la raza. Dicha circunstancia me llevó a reflexionar sobre si en realidad esta discriminación se percibía o no en la vida diaria.
Nuestra sociedad ha evolucionado en lo que respecta a la consideración hacia las personas mayores. En las sociedades occidentales, venimos de un modelo social en el que la vejez gozaba de mucha atención. Los ancianos eran considerados como depositarios del saber social y no existían otros métodos de almacenamiento del saber. De hecho, el saber, era patrimonio de las personas mayores que lo transmitían a las jóvenes generaciones. No cuesta, pues, imaginar que en una sociedad en que existen múltiples técnicas para guardar de manera sistematizada el conocimiento, la persona mayor cotiza hoy a la baja, como guardiana del saber colectivo. Ésta podría considerarse la base a partir de la cual se ha originado gradualmente la desvalorización de la ancianidad.
Todo ello ha ido generando una serie de cambios en la estima hacia las personas mayores. Hoy se valora la juventud, la belleza juvenil y los cuerpos en los que el tiempo aún no ha escrito su paso. Se olvida la pátina que puede dejar la experiencia, la serenidad y el sosiego que da el paso del tiempo y la aceptación paulatina de la realidad que no se ha podido cambiar tal como hubiera sido la intención. La publicidad da cuenta de ello: pocos anuncios tienen como protagonistas a personas mayores, a excepción de los productos destinados exclusivamente a los ancianos como pueden ser reconstituyentes o bien productos para dentaduras postizas. Las personas mayores no comen yogures o cualquier otro producto alimenticio, solo lo hacen los niños para crecer fuertes y sanos o los jóvenes para pasarlo bien con los amigos; no utilizan productos de limpieza que solo emplean las madres de familia y por descontado las personas mayores tampoco compran coches, lo hacen solo los jóvenes. Con todo ello solo he querido poner de manifiesto algunos ejemplos.
En otro orden de cosas, sin embargo, las personas mayores sí que pueden cuidar de los nietos o ayudar económicamente a sus hijos o nietos hasta extremos como los de comprometer su bienestar en el último tramo de su vida; ellos, sí que pueden colaborar activamente con asociaciones u organizaciones sociales y sí que pueden ser consumidores y votantes. En las recientes elecciones municipales se ha hablado de las guarderías de niños, pero casi nada de las residencias para ancianos dependientes o no, y no obstante los políticos no se abstuvieron de visitar algunas instituciones de acogida para pedir el voto a las personas mayores en condiciones de ejercer este derecho. Esta es la gran diferencia entre los ancianos y los niños, los primeros votan, los segundos no.
Se podría continuar con la descripción de otras situaciones en las que las personas mayores son discriminadas, pero es suficiente con las anteriores para poner de manifiesto este hecho poco denunciado. Quedan muchos aspectos a tratar que son aún de calado mucho más dramático como pueden ser los maltratos físicos y psíquicos a la ancianidad, pero este ya es otro tema.
Solamente un último apunte. En el Diccionario de la Real Académia Española de la Lengua en su 22 edición (versión on line) no figura el término edadismo.