Por Leticia Soberón
Psicóloga i doctora en ciencias sociales
Barcelona, noviembre 2015
Foto: Creative Commons
Confieso que estas líneas, más que ofrecer respuestas, plantean los interrogantes que no dejan de asaltarme cada día y sobre todo cada noche.
Un río interminable de fugitivos sirios e iraquíes avanza sin control, llenando Turquía y Jordania, que están al límite de sus fuerzas. Grecia y Hungría cierran sus fronteras, al igual que los países colindantes. Otros intentan llegar por mar, en barcas de fortuna, con los resultados que bien conocemos. La mayoría de los desplazados sueña con llegar a Alemania, aunque se quedan donde les admitan. Pero el número de los que huyen es superior a cualquier capacidad organizativa de acogida.
Siria tenía hace poco veintidós millones de habitantes; pero con casi todas sus principales ciudades devastadas por la guerra civil, la población está diezmada, y los que no han muerto están por los caminos, cayendo en manos de mafias o del Estado Islámico. Están desarraigados, pobres y dominados por el miedo.
Es posible que todo esto sea consecuencia, en parte, de las inadecuadas estrategias políticas de los países desarrollados hacia el Oriente Medio.
Y un malestar general se extiende entre la población europea. Se tiene la sensación de que hay que hacer algo, y pronto. Pero… ¿qué y quién habría de hacerlo? ¿Cómo resituar a las personas que llaman a nuestra puerta, si son cientos de miles y no tienen territorio, ni comida, ni nada de nada?
Aún así, da la sensación de que, «unos por otros y la casa sin barrer». Los gobiernos no se ponen de acuerdo; la guerra continúa, las facciones contrarias arrasan las ciudades, expulsando a los pocos que quedan. Y vagan por los caminos sin destino fijo cuando ya ha caído el invierno.
Nosotros, la llamada «población civil» de una sociedad tan próspera, ilustrada y organizada como la europea, imán para los pueblos marcados por la violencia y la pobreza, somos también corresponsables de lo que nuestros gobiernos deciden. ¡Los gobiernos sin nosotros no son nada! No pueden asumir en solitario la carga de la acogida. Pero tampoco podemos admitir tranquilamente que se construyan muros para que los fugitivos no entren, pues les condenamos a morir de hambre y de frío a nuestras puertas. ¿Vamos a seguir pasivos mirando hacia otro lado?
Es urgente colaborar decididamente con las entidades que ya van trabajando con las poblaciones desplazadas y en sus propios lugares de origen o a lo largo de su camino. Son muchas y ponen el foco en distintas prioridades: ACNUR, Cáritas, Oxfam, Save the Children, Cruz Roja, Ayuda a la Iglesia Necesitada, UNICEF, Médicos sin Fronteras, Programa Mundial de Alimentos…
Y al mismo tiempo seamos más exigentes con nuestros gobiernos para que busquen la paz. No nos quedemos inertes ante esta situación. ¿Para qué nos sirven, si no, nuestras enormes capacidades tecnológicas, intelectuales? ¿Para qué las redes sociales, la conectividad, si no podemos resolver juntos un problema que es de todos? Pase lo que pase con las gestiones rusas para llegar a un acuerdo de paz, es indispensable nuestra contribución a la sostenibilidad de esa paz y la acogida de personas. Somos también protagonistas corresponsables de una historia que todavía podemos resolver para que nuestros vecinos puedan vivir.