Por Ramon Santacana
Economista i professor universitari
Barcelona, abril 2016
Foto: Creative Commons
Desde que en septiembre de 1953 la revista Time publicara el artículo Automatic Factory, la automatización productiva ha recorrido un largo trecho. Actualmente las imágenes de factorías con pocos empleados y cuya producción está realizada por máquinas automáticas se ha hecho realidad y ya forma parte del imaginario colectivo. El ideal o meta de la automatización es lograr que la factoría pueda funcionar con las luces apagadas ya que las máquinas no necesitan luz.
El siguiente paso que se está dando en la actualidad es aplicar la automatización a los servicios profesionales. Muchas de las funciones que realizan médicos, contables, abogados, maestros, asesores fiscales o de gestión, arquitectos, periodistas o inclusos clérigos, son susceptibles de automatización. La cuestión que se está planteando en muchas mentes es la siguiente: ¿hasta qué punto se automatizarán estos servicios profesionales? ¿llegaremos al punto arriba mencionado de servicios ‘sin luz’?
Algunos autores vaticinan el final de muchas de estas profesiones, bastará –dicen– con que expertos en automatización introducan los datos apropiados en los ordenadores, observen las pautas de comportamiento de los profesionales en cada caso y las introduzcan también en el ordenador para que se pueda automatizar el proceso sin necesidad de profesional alguno.
Unos argumentan que si bien algunas profesiones puedan desaparecer, se crearán otras de analistas y servicios informáticos que contrarrestarán la pérdida de empleos y que no hay que preocuparse por la cantidad de empleo perdido. Otros argumentan que los sistemas informáticos no están tan adelantados, que muchos aspectos y detalles no se puede codificar y que en todo caso se tardarán muchos años antes de que se llegue a ese momento. Pero aún que eso fuera así, aunque fuera un futuro bastante lejano, debemos preguntarnos: ¿es posible que se llegue a ese punto ‘sin luz’? ¿Una sociedad en que los humanos no sean agentes activos del devenir social y se conviertan en meros receptores de bienes y servicios producidos sin intervención humana? ¿Una sociedad sin fallos ni errores, como dicen que son esas factorias automatizadas?
Los profesores Frey y Osborne de la Universidad de Oxford, en el año 2013 publicaron un documentado y exhaustivo trabajo de investigación The Future of Employment: How susceptible are jobs to computerisation? en el cual estiman que la cantidad de trabajo actualmente susceptible de automatización para los profesionales de la medicina y del derecho se sitúa por debajo del cuatro por ciento. Llegan a la conclusión de que no se puede hablar de sustitución de dichas profesiones por procesos automatizados sino más bién de simbiosis. Algunos procesos se van a automatizar, pero ello creará la necesidad de más profesionales, no de menos, en interacción continuada con los procesos automatizados. La información es tan imperfecta que serán necesarios, no tanto meros expertos informáticos, sino profesionales que interpreten ad hoc los datos en cada caso.
Aseguran los autores que es fácil que un robot en una línea de producción coloque el cristal del parabrisas de un coche, sin embargo, si éste se rompe, es mucho más difícil que un robot lo reemplace. Hay una serie de tareas como quitar los restos de cristales, limpiar el interior del coche, buscar la luna adecuada, la goma etc. que son de difícil automatización. Lo mismo pasa con la medicina. La información es imperfecta y el profesional realiza el papel de sopesar los intereses y sensibilidades del paciente y su familia con las posibilidades que ofrece la tecnología. Afirman los autores que en casos terminales donde hay que decidir continuar o no un tratamiento, atender las diferentes sensibilidades de la familia, los valores en juego, la evaluación de posibilidades médicas,… la relación es tan compleja y sutil que dejar las decisiones a procesos rutinarios sería como mínimo irrespetuoso.
Y aquí entramos en el núcleo de la cuestión: el rol del profesional. No se trata simplemente de un suministrador de conocimientos o habilidades sino de alguien que en el ejercicio de su profesión se encuentra cotidianamente con conflictos de valores que requieren, tacto, discrección, cuidado, negociación,… Un profesional debe enfrentarse en cada caso a una toma de decisiones con un ‘elemento humano’ que no puede ser reducido a procesos automatizados.
Los niños que van a la escuela, no necesitan simplemente un ‘proveedor de conocimientos’ sino alguien que les oriente en el arte de comprender el mundo y desarrollar valores que les guíen en sus vidas. En conclusión, no parece que pueda ayudar mucho a los ancianos hospitalizados sustituir las visitas de familiares y amigos por robots que les recuerden que «su familia y amigos le quieren mucho». Hay y habrá algo en el ‘elemento humano’ que siempre será irreductible.