Assumpta Sendra i Mestre
Profesora de la Facultat de Ciències de l’Educació Blanquerna
Barcelona, abril 2017
Foto: Assumpta Sendra
Cuando la persona busca el silencio y lo vive, es desde este que puede escuchar la palabra e, incluso, el latido del corazón. Buscar este tipo de silencio significa que el ser humano quiere experimentar y está dispuesto a hacer el descubrimiento de su yo para conocer sus propios pensamientos, sentimientos, emociones, límites… Es decir, tomar más conciencia de lo que somos y hacemos. De esa manera, desde esa interioridad, el ser humano va construyendo la propia personalidad. Este tipo de soledad pide hacer un alto y poner los cinco sentidos para poder percibir que el silencio acompaña la realidad del ser en la vida cotidiana.
Sabemos que estamos rodeados de muchos ruidos externos y se acostumbra a llevar un ritmo acelerado que no permite gozar de la serenidad que uno querría para darse cuenta de todo lo que vivimos. Pero, a menudo gusta llevar este ritmo porque así se evita hacer un trabajo personal desde el silencio. Esto pide una actitud de recogimiento que requiere la implicación de la mente y del cuerpo para experimentar este recorrido interior. Para algunas personas, este viaje interior es como un tipo de laberinto donde hay dificultad para encontrar el camino.
Alguien puede considerar que el silencio es como una pérdida de tiempo, puesto que hay mucho por hacer y de cualquier cosa hay que sacar rendimiento. Pero hay muchos tipos de silencios. Hay algunos que son muy creativos y fructíferos. Otros golpean e hieren. Hay silencios indiferentes que incomodan. También los hay vacíos que no dicen nada y no tienen sentido. Hay silencios que son vividos con sufrimiento y ansiedad que se trasforman en una especie de súplica. Hay silencios compartidos que hablan sin palabras. Y hay silencios espirituales y místicos que han dejado un legado en la historia. Hay un largo listado que hace darnos cuenta que depende del momento y de la situación que se vive y de la realidad de cada uno.
Recientemente La Vanguardia publicaba un artículo que hacía referencia a los versos de Juan Ramón Jiménez (Moguer, Huelva 1881 – San Juan de Puerto Rico, 1958) titulados El Silencio de oro. El articulista describe que Juan Ramón Jiménez durante una época de su vida sintió la necesidad de mantenerse lejos de ruidos y expresó que: «El silencio es para mí una atmosfera absolutamente necesaria para respirar, como el aire». El poeta también consideraba que: «El silencio era indispensable en la creación artística y en la obra humana».
En este sentido profundo y serio de la búsqueda del silencio, el Àmbit Maria Corral organizó la 224 Cena Hora Europea del mes de marzo sobre «El silencio fructífero» con magníficas ponencias y con muchas aportaciones de los asistentes durante el diálogo que evidenciaron la experiencia vivida del silencio. Y el último monográfico de la revista RE, número 90, titulada Sentir-se sol o estar sol hace una apuesta por el silencio que requiere una actitud humana, atenta y contemplativa, además de la disposición de un tiempo que es la vida misma. Silencio que requiere un aprendizaje y una disciplina. Silencio que se ha definido patrimonio de la humanidad considerado como un lujo y un privilegio.