Por Sofía Gallego
Psicóloga y pedagoga
Barcelona, diciembre 2017
Foto: Creative Commons
La concesión del premio Nobel de Economía de este año al profesor Richard Thaler por sus trabajos dedicados al estudio de la relación entre los análisis económicos y los aspectos psicológicos en la toma de decisiones individuales, inaugura una línea de estudio que comienza a llamarse «economía conductual». Esto me ha sugerido una reflexión sobre la importancia de las emociones y de su control en la vida cotidiana.
Como una ampliación al concepto «aspectos psicológicos», decía la nota de prensa de la que he sacado la información, hay que remarcar que existen tres factores que influyen en la citada toma de decisiones: la racionalidad limitada, la percepción de justicia y la falta de autocontrol.
Evidentemente la racionalidad viene determinada por la lectura y posterior análisis que cada persona hace de la realidad más próxima, interpretándola de acuerdo con sus creencias, prejuicios, objetivos a alcanzar y valores. Estos pasos pueden considerarse comunes a cualquier proceso de toma de decisiones, desde las más insignificantes hasta las más importantes.
La expresión «percepción de la justicia» seria fácilmente intercambiable por «criterios éticos» a partir de los cuales una persona articula su conducta. Finalmente, la falta de autocontrol podría ser equivalente a una expresión tal como la capacidad de las personas para gestionar las propias emociones. Me centraré especialmente en este último apartado, haciendo más amplia la aplicación de este concepto sobre la «gestión de emociones».
Cada día se nos presentan situaciones que con mayor o menor intensidad nos emocionan o, mejor dicho, nos conmueven y nos hacen notar que algo se ha movido o se mueve dentro de nosotros. La intensidad vendrá condicionada por el tipo de estímulo recibido, pero lo que es seguro es que tendremos que saber qué hacer con este estado anímico en que nos vemos inmersos. Las emociones son difíciles de esconder porque provocan un cierto desorden somático visible a los otros, según sea la capacidad de cada persona saber qué hacer en este estado. Es esta visibilidad la que lleva a la necesidad de saber gestionar la situación a fin de no invadir el terreno del otro, hacerlo sentir mal o simplemente no dar información sobre nosotros mismos.
Cuando los estímulos recibidos son diversos y variados nos producen un determinado estado de ánimo que hará de intermediario en la interpretación de la realidad. De ahí viene la importancia de las emociones en la toma de decisiones que, siendo el último factor anteriormente citado, resulta básico. De todas maneras, no toda la responsabilidad hay que descargarla sobre las emociones, ya que la razón tiene también un papel importante. Solamente hay que poner en valor que a menudo la racionalidad se ve afectada por la emocionalidad.
Si bien hasta aquí parece que he hecho referencia a la toma de decisiones de manera genérica, no por eso debemos olvidar que estos factores explicitados anteriormente tienen el mismo papel en los procesos de todo tipo de toma de decisiones, ya sean más íntimas o incluso las más insignificantes. De todo ello se puede sacar alguna conclusión que seguramente la más significativa sea la importancia del autoconocimiento en la toma de decisiones. Solamente intentando saber la manera y la medida que las emociones tienen en nuestro interior, sabiendo detectar cuales de entre todas tienen más peso, qué cambios nos provocan en nuestro estado de ánimo, seremos más capaces de gestionarnos con las mínimas posibilidades de éxito. Dejemos fluir la razón y la emoción sabiendo que entre ambas necesariamente hay relación. Con esto no quiero decir que la razón tenga que prevalecer sobre la emoción, solo hay que tener presente que las emociones están presentes y hay que saber gestionarlas.