Por Pere Reixach
Especialista en Estudios del Pensamiento y Estudios Sociales y Culturales
Barcelona, enero 2018
Foto: Huffingtonpost
Parece que empezamos a tomar conciencia que ciertas energías contaminan la atmósfera de elementos nocivos para nuestros pulmones. Asimismo, también parece que somos inconscientes de todas aquellas creencias que influyen negativamente en nuestra salud emocional.
Respiramos dentro de una atmósfera mental contaminada por las energías tóxicas del individualismo. Un egocentrismo que nos aboca a la competitividad más feroz, la del «yo gano y tu pierdes» de la superficialidad narcisista, siempre abstraída en el propio ombligo, bajo el exclusivo mandamiento: «primero yo y después yo». Una contaminación agraviada por la intensidad de los conflictos políticos que vivimos, donde se ha hecho extensible «el imperio del yo» al imperio «de los nuestros» versus al «de los otros».
Esta mentalidad tóxica que genera mala sangre y seca el corazón de sentimientos de benevolencia, lamentablemente ha penetrado en las relaciones de los que vivimos bajo un mismo techo, sea doméstico, del trabajo o del ocio.
Vivir las relaciones interpersonales en un aire viciado de egoísmos, es un mal vivir. Por esta razón propongo conquistar o destacar la benevolencia: la buena voluntad hacia los otros.
«La naturaleza del hombre es malvada. La bondad es cultura adquirida» escribe el filósofo chino Xunzi (313-238 aC). Aristóteles (384-322 aC) en la Ética a Nicómaco dedica el capítulo V del libro noveno a «De la benevolencia» donde dice, entre otras cosas, que es un hábito que debe cultivarse cada día. También dice que uno no puede ser feliz sin una buena voluntad hacia los otros. Asimismo, benevolencia no quiere decir tolerancia a todo aquello de naturaleza vil o conformidad con quien es inepto, sino voluntad de bien (Antonio Machado, 1875-1939). Más contundente es Albert Camus (1913-1960) cuando dice: «Todo el mundo es más digno de admiración de menosprecio».
La sabiduría de los pensamientos expresados me da tres lecciones: a) la benevolencia es una virtud que pone de manifiesto la bondad de una persona, b) como toda virtud es una conquista personal, c) la benevolencia no anula el espíritu crítica, pero desvanece el espíritu «criticón».
Hay mil maneras de conseguir la benevolencia, cada uno puede escoger el camino que considere mejor. Asimismo, permitidme que muestre una vía para sanear el ambiente de nuestras relaciones interpersonales.
La propuesta no es mía, sino de M.P Seligman, considerado como uno de los padres de la Psicología Positiva, donde en su libro La auténtica felicidad aporta un trabajo de campo sobre las tradiciones religiosas y filosóficas de más de tres mil años y de todos los lugares del mundo y constata como la bondad y la benevolencia transcurren por todas las tradiciones a través de seis virtudes: sabiduría y conocimiento; valor; amor y humanidad; justicia; templanza; espiritualidad y transcendencia.
Al mismo tiempo evidencia que todo ser humano tiene tendencia a sentir y cultivar alguna o varias de estas virtudes. Se trata de discernir, al igual como descubrimos nuestra propia inteligencia entre las ocho catalogadas por Gadner, cual es la propia bondad natural.
Seligman nos propone un ejercicio para nuestra relación de pareja que puede ser extensible a los hijos, familiares y amigos. Se trata de observar en qué fortaleza/virtud, de las seis citadas, se mueve mejor nuestra pareja o persona de nuestro entorno y qué acciones ha realizado que lo pongan en evidencia. Después comentarle el gozo y admiración que nos produce la manera como hace efectiva su virtud.
Este ejercicio de explicitar fortalezas morales a las personas cercanas, hará latir nuestros corazones con sentimientos positivos que inhalaran aires de benevolencia a nuestro entorno y nos liberaran de atmósferas mentales esclavizadoras. Pensemos que admirar y loar la bondad de los otros se convierte en la más auténtica expresión de espiritualidad.