Por: Javier Bustamante Enriquez
Poeta
Barcelona, octubre 2018
Foto: Javier Bustamante
La palabra claustro hace referencia a un lugar cerrado. Y da pie a otras palabras como clausura, que quiere decir cerrar un acontecimiento. O el hecho de vivir en clausura, aislamiento. Llaves, que son el objeto que sirve para cerrar o para abrir un espacio. O las claves, que también se usan en la informática para acceder a cierta información o perfil de usuario. El claustro de profesores es la reunión cerrada donde se tratan temas relativos a la gestión de la enseñanza. Y al vientre materno también se lo denomina el claustro materno, este espacio protector que sirve de asilo a una vida que se va gestando. Y tantas otras alusiones que se desprenden del hecho claustral…
El claustro, aunque tiene la connotación de cierre, paradójicamente también es un espacio de apertura. En los monasterios, que es el hábitat donde el claustro –en el ámbito arquitectónico y simbólico– tiene mucha importancia, es también sinónimo de liberación. Los monjes y monjas que optan por la vida en clausura se cierran para abrirse: abrirse a la vida trascendente, es decir, a la entrega a Dios y abrirse a la convivencia comunitaria.
De hecho, en muchas comunidades monásticas, cuando se cierra la portería, se dice que cierran al mundo afuera. Sí, el mundo es quien queda cerrado fuera de los muros del monasterio. Son las personas las que ahora restan libres de las influencias del mundo.
Este sentido de cerrarse para abrirse podemos trasladarlo a otras realidades. Por ejemplo, la de la nueva vida que se está gestando en el vientre de la madre. Está allá cerrada esperando el momento de su madurez para salir al mundo.
Y del claustro de profesores podríamos decir lo mismo. Las y los maestros están cerrados para abrirse a la reflexión compartida y para sacar unas conclusiones o resultados. Hay una transformación durante el proceso de «claustredat». Como la del feto dentro del cuerpo de la madre. Un antes y un después.
Si nos trasladamos con la imaginación a un claustro monástico, o si podemos hacerlo físicamente en los próximos días, veremos que, por lo general, se trata de un espacio cuadrangular, con galerías por las cuales transitar y un patio o jardín interior abierto al cielo. Una habitación cerrada no es un claustro, arquitectónicamente hablando. Pues es esta dinámica que se genera la que hace de un claustro un lugar fecundo, de producción y de crecimiento. Dinámica que consiste en el tránsito, el peregrinaje, el hacer camino por sus galerías o pasillos. Y que siempre tiene como referencia la apertura. Es por eso que hay un antes y un después de hacer un recorrido claustral.
La vida de un embrión hace todo un recorrido y es evidente que la vida que empezó el día cero ha vivido una metamorfosis cuando sale al cabo de nueve meses. El claustro de profesores también hace un efecto transformador en los integrantes cuando concluye la reunión. Y para los religiosos y religiosas que viven alrededor del claustro cada día es un paso más dentro de la eternidad.
No nos confundamos con la claustrofobia, que es el miedo a los lugares cerrados, como por ejemplo ascensores o espacios donde no hay referencia con el exterior (túneles, cuevas, etc.). Aquí no hay recorrido ni sentido de apertura.
En el ámbito arquitectónico, los claustros clásicos suelen inscribirse dentro de lo que se conoce como dimensión áurea. Esta consiste en la proporcionalidad que guardan todas las medidas entre sí y la referencia que tienen con el «número de oro» (1,6180) que nos enseñan en matemáticas. Estas proporciones tienen como origen la observación y la imitación de la naturaleza. La proporción áurea también se aplica a otras artes como por ejemplo las plásticas o la música.
Y todo este artificio estético y funcional lo que hace es crear espacios de armonía. Cuando se entra a un claustro o a un lugar diseñado a partir de los principios áureos, lo que se percibe es armonía, belleza. Si, además, pensamos que en la arquitectura antes las medidas eran tomadas del canon de la figura humana –pies, pulgada, palmos…– el resultado es que los espacios estaban pensados para la persona. ¡El claustro materno también va creciendo a medida que crece la persona que contiene dentro!
Vamos cerrando esta reflexión en torno del ‘claustro’. Y lo hacemos reflexionando que toda clausura no es el fin de un acontecimiento, sino su proyección más allá de sus límites de tiempo y espacio. Hay un después que es la prolongación del ahora. Esta es la apertura del claustro, ¡su trascendentalidad!