Por: Joan Romans
Físico
Barcelona, noviembre 2018
Foto: Pixabay
En casa soy el encargado de hacer la mahonesa. He de reconocer que me costaba un poco conseguir que cuajara y quedase presentable a pesar de seguir el método que conocía ‘de siempre’. Al final, pero, salía satisfactoriamente del trance. Un día, mientras me preguntaba por qué me costaba tanto, me vino un pensamiento atribuido a Einstein: «Si siempre haces las cosas de la misma manera, siempre obtendrás los mismo resultados.» ¡Claro, lógico!, me dije y decidí probar otro método, una manera distinta a la ‘de siempre’. El resultado fue espectacular: En pocos segundos tuve la mahonesa cuajada. El nuevo método no me ha fallado nunca.
¿Por qué nos cuesta tanto cambiar? ¿Por qué nos aferramos a nuestras maneras de hacer como si fuesen únicas? ¿Por qué, a veces, ni tan solo pensamos en mejorar lo aprendido? ¿Por qué tendemos a considerar equivocadas otras formas de proceder?
Otro ejemplo: Cuando empecé a usar el sistema de navegación GPS en el coche no le hacía caso si me dirigía a lugares bien conocidos por calles y carreteras diferentes a las que yo conocía ‘de siempre’. Al final tuve que rendirme ante la evidencia: El GPS sabía mucho más que yo. De una forma inconsciente quería que el dispositivo confirmara lo que yo sabía.
Estos son ejemplos de cosas materiales. Pero es extensible a muchas otras facetas de la vida. Tenemos hábitos que no queremos cambiar, o no sabemos cómo hacerlo, o que quizás ni tan siquiera creemos conveniente hacerlo; criterios de pensamiento que nos parecen inalterables; prejuicios sobre muchos aspectos de la vida que creemos tan buenos que ni nos atrevemos a replantear; creencias y criterios morales que nos da miedo solo de pensar en cuestionarlos, y lo que es peor, juicios sobre personas que hace que las tengamos etiquetadas de una vez para siempre.
¿Por qué, tan a menudo, tenemos una red neuronal tan rígida que nos quita flexibilidad para cambiar? ¿Es un problema de voluntad o una rigidez mental que nos viene con la edad? ¿Es por eso que se recomienda, sobre todo a la gente mayor, que haga sudokus, estudie idiomas, juegue al ajedrez…?
Todos sabemos por experiencia que, a menudo, cuando hemos hecho algún cambio en las rutinas habituales, hemos sentido una cierta satisfacción que nos hace sentir más vivos y rejuvenecidos. El cambio comporta un aliciente nuevo en nuestra vida.
¿Por qué no conviene aferrarse a aquello tan sabido ‘de siempre’? Pues para continuar vivos, para mejorar, para descubrir que los cambios acertados son estímulos para seguir adelante y no quedarse atrapados ni anquilosados por el peso de las tradiciones si estas no son buenas.
De la misma manera que el perfil de una montaña cambia si la observamos desde lugares distintos –y la montaña continua siendo la misma– también veremos los acontecimientos de la vida con nuevas perspectivas si las analizamos desde diferentes ángulos y, así, todas ellas nos ayudan a tener una visión más global de la realidad.
Y aún podríamos decir que las maneras de hacer dan respuesta a preguntas –tal vez no conscientemente formuladas– sobre el modo de entender y vivir la vida. ¿Y si las preguntas no son las adecuadas? En el fondo, quizás sea necesario replantearse qué sentido queremos dar a la vida –o descubrir qué sentido tiene– y entonces los cambios vendrán en consecuencia.
Ahora bien, no seamos tan ingenuos de pensar que todos los cambios y novedades son buenos. Basta tener buen criterio para verlo. Ni, contrariamente, hemos de creer la sentencia que dice «Mudar costumbre es muerte». Ni una cosa ni la otra. Lo que nunca debe faltar es tener suficiente lucidez para distinguir qué cambiar y qué no.
Gracias, Einstein.