Por: Josep M. Forcada Casanovas
Àmbit Maria Corral
Barcelona, enero 2019
Foto: Pixabay
Las modas establecen los cánones de la estética y aquello que en una determinada época constituía un ideal de belleza, en otra es lo contrario. En cuanto a la complexión física, podemos considerar desde los estilizados cuerpos del Greco a los celulíticos de Rubens. Durante épocas la obesidad era considerada como signo de opulencia y salud. El romanticismo enaltece la delgadez y los rostros de mirada lánguida que eran muchas veces un signo claro de un proceso tuberculoso que, según parece, tenía su misterio.
La delgadez obsesiona a muchas personas, es un look que conviene para que te etiqueten entre los dinámicos, activos, etc. La agresividad, la iniciativa, la lucha de la vida es quijotesca; la pasividad, el bon vivant es ‘sanchopanzesca’. Entre un extremo y otro se considera mejor el primer biotipo y aquí empieza el calvario. Cada kilo de menos representa una lucha enorme. El descenso de kilos de grasa es muy laborioso. La pérdida de agua es fácil, son los dos o tres primeros kilos de peso. La fuerza de voluntad y la consiguiente obsesión psicológica crean una especie de angustia vital. Es un reto con uno mismo, quien acostumbra a explicar a los demás su esfuerzo para que puedan ser jueces y críticos de las actitudes victoriosas que se presuponen al alcance de la mano. Estos testimonios hacen una presión moral que juzgaran el fracaso de no adelgazar.
Las dietas son absolutamente inverosímiles. Todas tienen sus adeptos y de todas ellas se puede hablar de éxito en terceras personas. Van desde la desmesurada ingesta de líquidos, dos o más litros de agua, a devorar kilos de fruta (rica en azúcares). Pobres riñones y pobres páncreas y su insulina. Les espera un largo martirio si lo hacen a rigurosamente.
Es evidente que el secreto de adelgazar consiste en cambiar aquellas condiciones que facilitan un determinado metabolismo de grasas, proteínas y azúcares, pero eso no debe hacerse bajo el jugo absurdo de la angustia porque el cuerpo –aunque se lo maltrate mucho– aguanta impertérrito hasta que se rebela y aparecen los achaques. Sea como sea, también, adelgazar por fuerza establece una sensación de angustia que entristece la vida y se pierde el gusto por ser aquella persona tributaria de un físico que ya lleva demasiados años en el organismo y se lanzan apasionadamente en la búsqueda de otro cuerpo. De esta manera, sentirse transformados y ser más conquistadores y triunfadores.
La desmesura en la obsesión por adelgazar llega al paroxismo cuando la química de los productos que adelgazan o la cirugía intervienen al arrancar magníficos delantales de grasa a costa de una extraordinaria hipoteca del propio ser en manos de la química o la cirugía.
No hablemos de la obesidad mórbida que en muchos casos requiere cirugía y los resultados de la cual pueden ayudar a paliar efectos nocivos y de riesgo evidente de vida. Algunas personas necesitan todo esto y mucho más, pero si se lleva una alimentación adecuada y control médico y quirúrgico se encuentra en el campo de lo que es posible y a veces con efectos óptimos para el interesado.
La dieta agresiva para adelgazarse ha de mantener un ritmo sensatamente definido por el médico y buscando en primer lugar la salud orgánica y psíquica y después, quizá, la estética. Al fin y al cabo, si la estética es cambiante, tenemos como segura y valida la que llevamos encima desde hace tiempo y, para algunos, un montón de años, y estos años también embellecen el ser.
Hoy se habla mucho del proceso de la mente en el proceso de adelgazarse. Quizás se tendría que potenciar la racionalización de la digestión de los alimentos: cualés, en qué momentos, cómo tendrían que ser digeridos y, por encima de todo, dando tiempo al cerebro para que regule el hambre.