Por: Àngels Roura Massaneda
Coach de equipos, ejecutiva y personal, escritora, psicopedagoga y maestra.
Autora de La valentia de somiar y Descobrir el Shi (2017)
Barcelona, enero 2019
Foto: Àngels Roura Massaneda
Tiempo atrás, un sabio doctor, amigo de la familia, nos explicaba que se había autoimpuesto el hecho de ir a dormir estando en paz con los suyos (pareja, hijos…) porque esa era una manera sana de dormirse y entrar en el sueño de la noche (en la muerte del día) completamente en paz. Medicina para el alma, decía.
Nunca sabemos si mañana despertaremos, si veremos una nueva alba, si tendremos a nuestro lado los seres queridos… Cada día es como una vida entera con un inicio, un final y un conjunto de vivencias al largo de este. Cada día renacemos, cada día comienza una nueva vida –si despertamos–. Por eso, al finalizarse el día, poder acabar la jornada sintiéndose bien con los tuyos más próximos, pudiendo conversar, estar de buen humor, estar agradecidos por lo que vivimos, por estar donde estamos y con quienes estamos… es venerar el día. Es ver en la puesta de sol, en la luna de la noche, el valor y la importancia del día vivido. No sabemos si naceremos de nuevo mañana. Podemos nacer 365 días al año, ¡cada año! Desconocemos en qué momento se detendrá el ciclo.
La muerte de alguien próximo es un recordatorio de que la vida y la muerte van de la mano. Que no hay nada más bonito que morirse habiendo amado mucho, habiendo dado mucho y estando en paz con uno mismo y con los que uno ama. Porque sentirse querido, acompañado y en paz en vida es la condición necesaria para una plácida muerte.
Cuando uno siente que ya ha hecho todo lo que tenía que hacer, cuando uno ha sembrado con creces y la cosecha florece por distintas partes, cuando uno siente que la misión en esta tierra está cumplida, entonces está preparado para dormirse para siempre, para dejar el cuerpo y dejar que vuele, en el aire que respiramos, su espíritu que vive –aun y para siempre– en paz.
La muerte repentina, sustraída abruptamente e incluso con violencia, nos deja fríos y mudos. Se nos mezclan sentimientos de incomprensión, injusticia, rabia, impotencia… Nos quedamos sin palabras. El ciclo no se detiene dentro de la lógica de la biología. Desolación. Nos invade una gran desolación.
No sabemos cuándo acabará nuestro ciclo. Sabemos que cada final de día es una muerte y no sabemos si naceremos mañana.
Sabemos que ir a dormir en paz es una buena manera de estar preparado para lo que pueda suceder mañana.
Sabemos que ir a dormir agradeciendo lo que somos, donde estamos y con quienes estamos es, como decía el sabio doctor «medicina para el alma».
Dormirse en paz, medicina para el alma.