Por: Pere Reixach
Especialista en Estudios del Pensamiento y Estudios Sociales y Culturales
Barcelona, febrero 2019
Foto: David Borrat
Escribo con un sentimiento de duelo por la pérdida del monje de Montserrat, Lluís Duch (1936-2018). Un gran sabio catalán que recibió el conocimiento de la Creu de Sant Jordi, teólogo, antropólogo, docente de diferentes universidades, con más de cuarenta libros publicados, numerosos artículos y conferencias. Se le considera un especialista en historia de la cultura occidental y en los distintos lenguajes de los universos simbólicos y míticos, concretándolos en la antropología de la vida cotidiana.
No le conocí personalmente pero en cambio conozco parte de su ingente obra a través de algunos de sus libros. Concretamente Antropología de la Religión, Religión y mundo moderno, Antropología de la vida cotidiana (6 volúmenes), La crisis de la transmisión de la fe, El exilio de Dios y los publicados con participación de diferentes autores: Clarobscurs de la ciutat tecnológica y Empalabrar el mundo.
Son libros que valoro porque su lectura es fuente de conocimientos que acompañan mis pensamientos y reflexiones sobre «el qué» de nuestra existencia cultural a través de los tiempos y «cómo» esta perspectiva nos ayuda a seguir, hoy y aquí, el proceso de humanización iniciado hace setecientos mil años con la primera «Revolución Cognitiva» de l’Homo sapiens.
Modestamente, con este escrito, quiero rendir un homenaje al gigante humanista, poniendo sobre la mesa, tres píldoras de su pensamiento que se convierten, al menos para mí, en verdaderos paradigmas para la reflexión y la consiguiente acción, con la esperanza que académicos, mejores conocedores de su obra, se apresuren a difundir didácticamente su pensamiento.
Estas «píldoras», también podría llamarles «estrellas» que me han iluminado y motivado son: EMPALABRAR, ACOGER Y CUIDAR.
«Apalabrar» en castellano quiere decir «ponerse de acuerdo». Pero la palabra «Empalabrar» es hacer entrar la realidad en palabras. Somos seres hablantes y desde que nacemos hasta la muerte ponemos palabras a la realidad que percibimos. Pero, cuidado, que el «empalabramiento» no es solo –aun siendo muy importante– la palabra, sino que es todo tipo de expresividad humana (la gestualidad, los lenguajes corporales, insinuativos, testimoniales, las actitudes, los comportamientos éticos o no). No podemos minimizar las palabras, sino contemplarlas en toda su extensión que implican pensamientos, reflexiones y acciones. «El verbo se hizo carne» nos dice el Evangelio de Juan, antes Sócrates nos dejó la frase «habla para que te conozca». En definitiva, para el ser humano, existe aquello que es capaz de expresar.
Lluís Duch, en relación a la palabra, nos dice que actualmente existe una «crisis de léxico», una «crisis gramatical», una «crisis pedagógica» y, consecuentemente, una crisis testimonial. Cuidado pues, con las palabras soeces, irreflexivas, incoherentes que malbaratan el valor que más nos identifica como humanos.
«Acoger» y crear «estructuras de acogida», en el pensamiento de Lluís Duch, tiene múltiples perspectivas (sociológica, psicológica, antropológica, lingüística, etc.), pero me limitaré a la perspectiva cultural, donde dice: «Las estructuras de acogida hacen visibles la incorporación de los seres humanos en el flujo de una tradición concreta, que con su ayuda, además, los individuos devienen aptos para establecer las diferencias culturales, religiosas y sociales, a menudo no exentas de fuertes cargas de xenofobia y de exclusivismo. Se trata, en definitiva, de unos elementos irrenunciables para el proceso de interiorización individual y colectiva de simbolismos, representaciones y valores que lleva a término la selección que es característica de cada cultura humana concreta.»
Recordemos siempre que culturalmente somos «enanos a caballo de gigantes» que nos han precedido y han hecho inmensa la cultura, constructo singular de nuestra expresión más humana. Respetémosla! Fortalezcámosla!
En unas Reflexiones sobre el futuro del cristianismo, Duch es categórico a la pregunta «¿Quién es cristiano?: quien “cuida” a su prójimo», es su respuesta y pone de ejemplo la parábola del «buen samaritano» que cuidó al desvalido. O sea, un humano «no profesional de la religión» hizo por otro humano lo que un sacerdote y un levita no quisieron o no supieron hacer.
Afortunadamente, dentro de los signos de los tiempos, soplan voces surgidas del feminismo que proclaman y difunden en gran medida «la ética del cuidar» fomentando un nuevo modelo de sociedad donde, tal como dice la última revista Valors: «Tener “cuidado del otro” no es una profesión, sino una actitud humana, necesaria para la existencia. Una actitud que tampoco se desarrolla vinculada de forma exclusiva a ningún género.»