Por: Josep Oriol Jorba
Empresario
Barcelona, mayo 2019
Foto: Pixabay
La misión de las administraciones públicas es fundamentalmente la de garantizar y asegurar el bien común. Los objetivos y los proyectos pueden ser, y son, múltiples e indeterminados, dependiendo del rango y de la naturaleza del poder público al que nos podamos referir. Pero, sin lugar a dudas, la razón por la cual existe la autoridad, y por extensión el poder público, es para hacer posible que las personas tengan la plena certeza que viven bajo el amparo del derecho. El gobierno tiene que ser el garante de los derechos fundamentales y del bienestar social en su multiplicidad de beneficios. Una administración o forma de gobierno que no vele, y por tanto, que no garantice el bien común en todas sus variantes, es un gobierno tirano.
Cuesta entender como bien entrados en el siglo xxi, un inconmensurable ingente de personas de las sociedades denominadas avanzadas o del primer mundo sufren el déficit del bienestar y del derecho. A este contingente humano se le denomina el cuarto mundo. Permitidme que dicho esto y antes de continuar con el hilo conductor expresado hasta ahora, manifieste mi indignación y mi total desacuerdo a los artífices de tales denominaciones: primer mundo, tercer mundo o cuarto mundo. Dichas etiquetas corresponden a concepciones erradas, a veces racistas y siempre inhumanas. Se trata de divisiones desfavorables, vejatorias y diacrónicas si lo analizáramos, sin prejuicios, desde la perspectiva histórica y sin hacer mal uso del giro lingüístico. Al respecto me pregunto: ¿Por qué los países occidentales o de economías avanzadas reciben el atributo principal? ¿Por qué se lo han ganado «a pulso» o puede ser por qué han practicado el espolio y el latrocinium sistemático hacia otras sociedades de latitudes meridionales?
Volviendo a la idea inicial me reafirmo en decir y exclamar que desgraciadamente los gobiernos y las estructuras de poder en el ámbito de instituciones internacionales, sobre todo las que hacen política que subscribe concepciones socioeconómicas ultra liberales, dejan al margen y dan la espalda a mucha gente, a muchísimos grupos poblacionales y no hablo de los países del Sur (donde la cuestión es de una injusticia flagrante, alarmante y dramática). La falta de compromiso con los más débiles y desvalidos de la sociedad actual ha llegado a un paroxismo tan atroz que se hace complicado poder entrever un escenario esperanzador a no ser que se produzca un levantamiento social masivo que haga tambalearse a los poderosos y los políticos que siguen su comba.
A todos nos vienen a la mente, sin necesidad de hacer ningún esfuerzo de memoria, leyes promulgadas que por su injusticia se deberían desobedecer, sentencias judiciales incoherentes, acciones políticas abusivas, cargas policiales inverosímiles, comportamientos inmorales de la autoridad establecida, tratos vejatorios con abuso de poder, anuencia de la desidia de determinados cargos públicos, falta de sensibilidad ante el clamor de débiles, políticas discriminatorias, decisiones incongruentes y sin ninguna lógica en la aplicación de normativas urbanísticas, recortes en lo fundamental como es la sanidad y la educación, o privatizaciones irresponsables como la gestión funeraria o de los suministros básicos.
Sin embargo, lo que me deja más perplejo es la pasividad de la gran masa social. ¿Hay alguna lógica para entender este comportamiento? Según explican algunos filósofos, dicha dimensión impasible forma parte de la vida posmoderna; algunos teólogos, por su parte, dicen que la explicación reside en el hecho que vivimos ya la fase final de los tiempos, del fin del mundo; algunos psicólogos, pedagogos y sociólogos argumentan que la sociedad se ha individualizado de manera irracional siguiendo los patrones del homo economicus (la cual cosa le va más que bien a las instancias de poder) de tal manera que la empatía y la compasión se están borrando de la consciencia colectiva.
Necesitamos de manera imperiosa salir de esta hibernación colecticia y social para hacer frente a las estrategias sutiles de los gobiernos títeres de los poderes económicos, que no hacen otra cosa que difundir la posverdad tergiversando las realidades auténticas al resguardo de la posmodernidad.