Por: Joan Romans
Físico
Barcelona, junio 2019
Foto: Pixabay
Es habitual leer o escuchar algunos comentarios y análisis, muy a menudo en el ámbito deportivo, que reducen drásticamente el resultado de una competición a dos posiciones: o ganar o bien fracasar. Según esta manera de pensar, quedar segundo o tercero o décimo en una competición donde participan centenares de atletas o clubes deportivos no tiene ningún mérito. O todo o nada, o se gana el primer puesto o bien el esfuerzo no tendrá ningún reconocimiento, como si todo el trabajo personal o de equipo realizado durante meses no tuviera ninguna relevancia si no se consigue ser el número uno de la especialidad correspondiente. Esto mismo también lo observamos en otros ámbitos. Hay que ser el autor con más ventas, el youtuber más seguido, el influencer con más like en la red, la empresa comercial líder en el mercado, etc… Y por extensión uno puede llegar a creer que ha de ser el mejor en su trabajo, delante de todos los miembros de equipo del trabajo conjunto, pisando y derribando a los compañeros si ello es preciso para conseguir los propios propósitos. Destacar, ganar, brillar, dejar a los otros atrás… parece una consigna seguida por algunas personas y empresas con una sed insaciable de ser el number one.
De ahí vendrá el error de desvirtuar el concepto del cómo y el porqué del quehacer diario, del sentido del trabajo como contribución a la comunidad y del servicio altruista como respuesta a las carencias y necesidades de los más vulnerables. Hay que conocer y revisar la motivación que lleva a actuar. Vivimos, somos, trabajamos y actuamos porque es propio de la condición humana: trabajo laboral, cumplir una obligación, atender y satisfacer las necesidades vitales propias y de los demás, estar atentos a los imprevistos que la vida nos acarrea. Y lo hacemos sin pretensión de destacar, ni de deslumbrar a nadie, ni de ganar ningún premio, ni de ser reconocidos. No se trata de satisfacer el ego personal ni de complacerse en el narcisismo. Vivir y trabajar desde el anonimato y con la certeza que se está haciendo el bien cuando se toma con responsabilidad la propia tarea es el gran premio al que se debe aspirar. El sentido de responsabilidad personal y colectiva conduce a ello. Y la consciencia lo premia, lo reconoce. ¿Qué mejor recompensa se puede tener? Si más tarde llega algún reconocimiento público será un estímulo para seguir adelante con la tarea realizada, nada más.
Es evidente que en el ámbito de la competición deportiva se quiere ganar, pero no hay que olvidar que la superación o la mejora personal ya es un logro y que no obtener el primer peldaño del podio en ningún caso se ha de entender como una derrota, siempre y cuando uno haya rendido según sus posibilidades.
La gloria es huidiza. La fama suele ser postiza o interesada. El paso de la alabanza al rechazo a menudo es muy corto y no hace más que mostrar que se han puesto las expectativas en valores frágiles y falsos, en bienes que no satisfacen el anhelo humano. Las alabanzas públicas a menudo son humo que se desvanece rápidamente.
En una competición solo hay un ganador y muchos perdedores. Vivir, ser, trabajar conscientemente no es una competición, es la suma de los esfuerzos de todos que llevará a un premio compartido. Sin perdedores.