Por: Gemma Cánovas Sau
Psicóloga Clínica-Psicoterapeuta
Barcelona, julio 2019
Foto: Pixabay
Referirnos a la percepción de la imagen corporal inevitablemente conecta con la imagen que nos devuelven los espejos, por un lado, el espejo no únicamente en el concepto de espejo físico en el que nos miramos a diario para arreglarnos, sino también aquel tipo de espejo en el que se percibe la imagen de la propia identidad. Así de esta forma interactúa la imagen que el espejo real nos devuelve, con el espejo interno que tiene que ver con la percepción subjetiva de cada uno y no siempre los dos devuelven la misma percepción. En esta dialéctica, entre el espejo real y el espejo subjetivo, se establece la concordancia o disonancia de la propia imagen del cuerpo real que podemos tocar y que analizan los médicos cuando hace falta. El cuerpo real está conectado al cuerpo emocional, la prueba de esto es que determinados estados emocionales pueden afectar el organismo y se pueden somatizar las emociones insuficientemente poco elaboradas psicológicamente y que el inconsciente registra.
La imagen perceptiva del propio cuerpo tiene mucho que ver con la autoestima profunda, no una autoestima superficial que solo contempla la adaptación o inadaptación a unos cánones sociales establecidos, lo que se llama a menudo «una buena presencia», sino tiene que ver con la aceptación global y profunda del ser en toda su dimensión, la esencia de la identidad personal, con el conjunto de creencias, criterios, valores, aprendizaje vital, afán de superación, recorrido vital, limitaciones, etc. Siendo conscientes de que estamos siempre haciendo un camino evolutivo en que los errores y los fracasos forman parte también del proceso de crecimiento personal.
Una parte del discurso social nos muestra imágenes de cuerpos ideales: publicidad, series de TV, revistas del corazón, moda… Pero en el mundo real la diversidad de cuerpos es tan múltiple como la diversidad de personas. Estas imágenes sociales ideales, a pesar de que actualmente se dirigen también a los hombres como posibles consumidores, sabemos que la presión tradicional está ejercida hacia las mujeres y niñas. Hasta el punto que muchas madres se quejan de no encontrar en las tiendas ropa infantil a partir de los ocho o nueve años, favoreciendo así la precocidad desconectada de la etapa evolutiva. A veces se pueden observar niñas con tacones o maquilladas para ir a la calle o a la escuela sin ser precisamente carnaval. Son manifestaciones de este estado de cosas. Las cirugías estéticas para modificar la medida de los pechos en adolescentes u otros tipos de modificaciones quirúrgicas innecesarias, especialmente en etapas vulnerables del desarrollo, son otro ejemplo de estas influencias que conducen a la no aceptación del cuerpo tal como es y a la idealización de un cuerpo estándar. Esta enfermiza situación que se puede considerar un síntoma social, asociada a posibles conflictos emocionales arrastrados, puede dar pie a trastornos de la alimentación en preadolescentes, adolescentes o también en la vida adulta.
Un ejemplo ilustrativo: una niña a la que llamaré Ingrid, para preservar su identidad, de trece años, se pasaba horas en los probadores de ropa poniendo a prueba la paciencia de su madre, ya que ninguna prenda de ropa le parecía que le quedaba bien, con todas se sentía «fea y gorda» según sus palabras, y acostumbraba a volver a su casa después de toda una tarde de tiendas sin adquirir nada. Esta misma chica que hacía psicoterapia en mi consulta, le confesaba a su tutora que no se gustaba nada y esta profesional con toda la buena fe para ayudarla, le recomendaba que se situara ante el espejo de casa suya y se dijera a sí misma: «soy estupenda y soy guapa» cada día, pero a pesar de estos esfuerzos el espejo siempre le devolvía la imagen subjetiva de ella misma, una imagen desvalorizada que no tenía que ver únicamente con su cuerpo físico real, si no con la carencia de autovaloración personal profunda en otras áreas de su personalidad como, por ejemplo, el no convencimiento de su potencial creativo, cognoscitivo, capacidad empática hacia los otros, etc. Ya que no podía tan solo destacar tres virtudes suyas cuando se le preguntaba al respeto. Cuando pudo ir superando la percepción distorsionada de sí misma en otros aspectos, en paralelo modificó también de forma progresiva la imagen corporal.
El concepto de salud evidentemente tiene que contemplar la salud corporal. Esto quiere decir que si hay sobrepeso excesivo puede afectar a la salud personal y habrá que poner medidas al respeto, al igual que pasa con un peso por debajo del recomendable, si los médicos así lo diagnostican. Esto tiene que ver con cuidarse sin obsesiones, quererse de forma sana y no depender de determinados ideales de belleza impuestos desde el exterior.
El primer espejo que encuentra un bebé cuando nace es la figura materna que le devuelve el sentido de su existencia como sujeto diferenciado. Alos seis meses aproximadamente aparece lo que se define en la literatura especializada como «etapa del espejo» o «joya ante el espejo», el niño se alegra cuando encuentra su imagen reflejada y esta alegría tiene que ver con el reconocimiento de su identidad, la base del «yo». Esta misma aceptación y satisfacción del hecho de vivir es la que tenemos que reencontrar a lo largo de la vida en sus diferentes etapas y no se trata de un narcisismo patológico, hay que aclararlo, sino de celebrar la propia existencia.