Por: Josep Just Sabater
Poeta
Barcelona, setiembre 2019
Foto: Pixabay
Casi todo el mundo, trabaje o no, espera y anhela pasar un tiempo de vacaciones, especialmente de verano. Y los que no se las pueden permitir, por la razón que sea, generalmente económica, no dejan por eso de desearlas. Puesto que el deseo es «libre», aunque no lo sea la necesidad. Y es en la necesidad de hacer vacaciones, que tanta gente dice tener, donde creo que todo cabe.
Se habla de necesitar un tiempo libre (vacacional) para descansar, desahogarse, desconectar, disfrutar de la naturaleza, la playa o la montaña, viajar, conocer gente, países, culturas, descubrir otras maneras de vivir, costumbres, historias, lenguas, paisajes, etc. Distanciarse, aunque para algunos solo sea mentalmente, de la rutina diaria, responsabilidades, obligaciones laborales. Y los que tienen familia, mirar de vivirla con un talante, actitud y ánimo más distendidos, lúdicos y festivos. En otras palabras, recrearse juntos en un tiempo donde nadie tenga que correr o tener prisa por nada. Aunque a uno le pueda gustar hacer recorridos por su cuenta, con pareja o grupo. Que es toda otra cosa.
Volviendo a la necesidad de pasar un periodo de vacaciones (largo o no lo bastante, corto o quizás demasiado), se puede entender que al acabarlas, uno vuelva satisfecho y rehecho a sus tareas habituales y ordinarias. Con más fuerza para seguir, o muy frustrado y cansado, según que sus expectativas de pasárselo bien durante las vacaciones hayan respondido (o no) al objetivo y finalidad que perseguía: reposar, relajarse, calmar su mundo interior, reencontrar el equilibrio vital que buscaba sin tener que sufrir muchas colas en las carreteras, largas esperas, retrasos o cancelaciones de vuelos en los aeropuertos, demasiado rato en las estaciones de tren o a cualquier otro medio de transporte público. En fin, no pagar un precio demasiado alto en ningún sentido. Y poder volver a casa teniendo algo más claro que lo que de verdad cuenta es saber discernir el deseo de la necesidad y reconocer que en realidad las vacaciones más que un tiempo ‘ganado’ para perderse en distracciones, diversiones y entretenimientos de todo tipo, es un estado mental que da paso a una suerte de pausa existencial, a modo de paréntesis que se abre en lo que somos y se cierra (a menudo en falso) en lo que hacemos.
En este punto creo que la mejor pregunta que uno se podría hacer antes de empezar las vacaciones es: «¿Por qué necesito hacer vacaciones?» Y la respuesta más adecuada tal vez sería: «Por nada». La cual, paradójicamente, daría más sentido a su descanso vacacional. Está claro que para llegar a esta conclusión hay que partir de la conciencia tranquila y a la vez inquieta que quizás no hay nada más difícil que estarse sin hacer nada, aunque haya bastantes personas que es justamente esto lo que quieren a lo largo de las vacaciones y llenar así sus días de ocio y tiempo libre.
Ante, pero, la imposibilidad práctica de no hacer nada, uno podría decirse: «¡Da igual!», y ponerse a hacer cosas, a estar más y más activo, hasta el punto de deslizar por la pendiente de una hiperactividad desjuiciada y trivial, buscando sensaciones nuevas, cuanto más fuertes e intensas mejor. Y el reposo físico y psíquico que su cuerpo y mente necesitaban entonces naufraga en un mar agitado por la afición y el deleite de tener vivencias únicas e inolvidables… que no se querrá callar.
Naturalmente que cada uno es libre de hacer las vacaciones que más le apetezcan. Que después se sienta mejor consigo mismo por cómo las ha pasado y qué contenido personal ha sacado, si le han enriquecido por dentro o le ha quedado el regusto áspero de una fatiga empobrecedora que preferiría no explicar, dependerá en gran medida de la importancia y valor que dé al placer de los sentidos y centre o no todas sus experiencias alrededor de aquel. Talmente las vacaciones fueran solo y sobre todo una invitación a soltarse, a liberarse de preocupaciones y deberes.
Bastante comprensible, bien mirado. Ahora bien, también habría que ser sensatos y realistas para admitir que las vacaciones, por buenas y necesarias que sean, no resuelven nada. Y en algunos casos, incluso, pueden complicar la vida, en el sentido que uno confunda desentenderse y desatender las servidumbres a menudo cargantes y estresantes que comporta vivir en sociedad con «pasar» completamente de lo que pasa en el mundo. Aunque, en el fondo, nadie puede desconectar del todo del mundo, excepto saliendo… por siempre.
Así, el reposo que uno obtenga en los días vacacionales tanto lo puede llevar a volver al trabajo (si tiene), al estudio, a la ocupación o el negocio que sea, con renovadas fuerzas y positiva energía, como a preguntarse si el reposo deseado no le habrá hecho verse a sí mismo de una manera diferente a cómo creía ser y se le abra la puerta a una crisis existencial que le haga replantear toda su vida hasta ahora. Talmente hubiera pasado por un proceso –inesperado– de transformación personal, saliendo de vacaciones siendo uno –el de «siempre»– y volviendo siendo uno «otro» todavía para conocer. Un cambio radical que no podrá atribuir a nada específico, a ninguna causa clara y concreta. Intuirá, aun así, que ya no podrá seguir más creyéndose igual a sí mismo en todo. Esto es vivir instalado en un sentido de identidad fijo y seguro, por variadas y diversas que sean sus experiencias.
¿Habrá sido tal vez el silencio y la soledad en que reposaba su reposo vacacional (valga la redundancia) la fuente de tal removida interior? Esta podría ser una hipótesis admisible, si bien el silencio y la soledad por sí solo no cambian nada ni nadie (ni falta que les hace) si no hay una profunda vivencia humana en su sí. La cual, será más o menos fecunda o más bien estéril, según que uno se haya hecho afortunado eco en las entrañas de su ser, o simplemente lo haya tomado como una «necesidad» que no interpela ni cuestiona ningún aspecto de su vida. Y sin hacerse ningún problema. Siguiendo con una visión acrítica y superficial de sí mismo y del mundo.
En resumidas cuentas, hacer vacaciones no es algo que uno pueda tomarse a la ligera por muy ligero de ropa que vaya.