Por: Sofia Gallego
Psicóloga y pedagoga
Barcelona, octubre 2019
Foto: Pixabay
Como cada año llega el mes de setiembre y con su inicio vuelven las actividades que habíamos dejado arrinconadas. Las hojas van tomando un color amarillento que rompen la monotonía del verde, los termómetros parece que se vuelven gandules y no aumentan en tanto como en días anteriores. Las nubes en el cielo luchan por su presencia y quieren hacernos olvidar los días de sol intenso del que renegábamos por su persistencia y calor.
En la ciudad todo parece tomar el lugar que tenía antes. Los coches reclaman su espacio y se nos hacen presentes con su ruido. Los transportes públicos vuelven a sus horarios habituales y llevan personas un poco más morenas, pero no todas, no todo el mundo ha podido disfrutar de las vacaciones; el ambiente ha cambiado, ahora es de trabajo y estudio. Setiembre está ya presente y toma posesión de su reinado.
Todo es cíclico, todo se va y vuelve tomando la misma fisonomía de antes, pero las personas sí cambiamos aunque a menudo queramos creer que somos iguales que en el mes de junio. El tiempo para las personas tiene otra dimensión y no pasa en vano, deja su huella más o menos profunda según las circunstancias. Durante el verano hemos tenido experiencias de todo tipo, algunas placenteras, otras no tanto, pero todas ellas de alguna manera nos han modificado. No aceptar estos cambios podría resultar equivalente a negar nuestra capacidad de mejora y de adaptación.
Algunas circunstancias que nos han afectado pueden ser en el ámbito social o personal. Los hechos que han ocupado más espacio en los informativos, han sido la espera eterna de las personas que, huyendo de la miseria o de la represión política, tienen el valor de abandonar familia, casa y emprender un largo viaje, caro, pero sobretodo incierto y peligroso. Solamente la esperanza de encontrar una vida mejor los ayuda a superar muchas dificultades. Nadie migra si no tiene una situación que le obligue a hacerlo.
Ver realizado el sueño se ve truncado a menudo por la avaricia de algunos, por todas aquellas personas que se enriquecen con el trasporte, así como también por otras que son incapaces de resolver un problema que requiere soluciones globales. Para resolverlo todos los gobiernos de los países ricos deben mostrar voluntad de hacerlo, pero no se ven resultados por ningún lado.
Se habla mucho de salvamientos marítimos realizados por las ONG, pero no se cita, y para mí es importante, la situación en que quedan los países de origen; su empobrecimiento es notable. Migran las personas más capaces y con algún tipo de recursos económicos, migran principalmente hombres jóvenes y también alguna mujer. Sus países quedan mermados en su capacidad humana, son pobres y la migración los empeora. Seguramente algún día los países ricos, aparte de dar dinero a algunos países para que hagan de muro de contención, deberán de hacer alguna intervención en los lugares de origen para poder iniciar la construcción de una estructura social y económica que facilite un mínimo bienestar a su gente.
Como decía al principio, parece que todo cambia con la llegada del otoño, pero hay situaciones a las que solo se ponen remiendos y se van arrastrando de año en año. Se observa la falta de voluntad política para encontrar solución a problemas que ponen en riesgo muchas vidas humanas. Vidas que van más allá de las personas heridas, que se quedan en el camino, personas que lloran la ausencia de seres queridos y que les mantiene viva la esperanza que habrán encontrado un mundo mejor donde vivir.