Por: Joan Romans
Físic
Barcelona, noviembre 2019
Foto: Assumpta Sendra
Tres rayos de luz hacían un largo camino viajando velozmente por el espacio. Orgullos y contentos de su pureza, transparencia, velocidad y perfecta y rectilínea trayectoria, atravesaban inmensas distancias inundando el espacio con su resplandor y energía.
De pronto, uno de ellos choca contra unas gotas de agua que se encuentran en su camino. Se asusta, sabiendo que no puede desviarse y no lo queda más remedio que atravesarlas y seguir adelante. Pero… ¿qué ocurre? Ya no hay luz blanca, ha desaparecido, no está. Se ha perdido aquel rayo tan puro, tan nítido, seguro de sí mismo por su potencia, vitalidad, por su enorme velocidad, por su radiante blancor. El rayo de luz blanca está desconcertado, se ha acabado, ha muerto.
Pero no, su deslumbradora pureza se ha transformado en una viva policromía que además ha multiplicado su trayectoria inicial. Ya no hay un solo camino, se ha diversificado aumentando así su alcance. Una explosión de colores ha inundado el espacio. La monotonía de la luz blanca se ha enriquecido con una gran variedad de colores: rojo, naranja, amarillo, verde, azul… De no haber sido por el tropiezo con unas gotas de agua el rayo de luz no habría conocido la gran riqueza que contenía dentro de sí, habría seguido escondiendo el tesoro que guardaba en su interior. El obstáculo lo ha transformado, como por arte de magia, en unas nuevas y sorprendentes formas de luz, ha descubierto los colores.
El segundo rayo de luz topó con un pequeño trozo de cristal y experimentó la misma y maravillosa transformación que el primero. Una viva explosión de colores apareció fruto del encuentro con el minúsculo trozo de vidrio.
El tercero siguió imperturbable su camino, sin tropiezos, sin obstáculos. Nunca llegó a saber el tesoro que contenía dentro de sí, nunca llegó a conocer la diversidad que escondía en su interior, un espléndido tesoro de tonalidades de colores.
Unas débiles gotas de agua y un frágil trocito de cristal han producido un pequeño milagro. Donde había una dificultad ha surgido una fuente maravillosa de vida y color.
No nos gustan los obstáculos ni las dificultades ni los contratiempos y no los buscamos. Pero nos los encontramos por el camino de la vida a pesar que de queramos evitarlos y a veces ignorarlos. La sorpresa aparece cuando descubrimos que la pequeña piedra o la gran roca que obstaculiza el camino se nos revela como un milagroso medio para mostrar una potencialidad escondida dentro nuestro y que tan solo necesitaba un motivo para manifestarse. De la misma manera que, como decía Bécquer, la cuerda del arpa necesita una mano para arrancarle una nota, a menudo necesitamos un obstáculo para desplegar nuestra riqueza interior.
Qué suerte cuando estamos rodeados de personas que nos dan luz. Unas lo hacen con el color de la amistad, otras con el color del consejo, otras con el color de la alegría, del color del acompañamiento, de la escucha, de la ayuda…
Rojo, naranja, amarillo, verde, azul… tanto da, todos los colores son y dan vida. Todos llevamos dentro un arco Iris de colores con los que podemos enriquecer y embellecer nuestro alrededor.