Por: Eva Galí Molas
Psicóloga y psicoterapeuta
Barcelona, febrero 2020
Foto: pixabay
Convivir con las redes sociales en nuestra vida diaria comporta una infinidad de transformaciones. Sabemos que las redes ofrecen muchas ventajas y oportunidades de expansión en el consumo, en el ámbito educativo, profesional, social y colaborativo.
Las redes sociales han permitido nuevas formas de participación social: contactar y conocer personas de todo el mundo –donde llegue la red– con las que podemos colaborar profesionalmente, compartir aficiones y motivaciones diversas, acceder a ampliar nuestro bagaje formativo, trasmitir conocimiento, etc. Es decir, las redes sociales han sido una revolución en la manera de comunicarnos, de relacionarnos y de vivir.
Desde que interactuamos en los espacios virtuales hemos incorporado nuevos parámetros o valores de la comunicación interpersonal: la inmediatez, la espontaneidad, la universalidad, la normalización del lenguaje no formal, la simplicidad, nuevos simbolismos, el sincronismo, la conectividad ilimitada, entre otros. Todas estas pautas comunicativas han trastornado la vertiente afectiva del ser humano. La afectividad humana ha cambiado. De una parte, podemos comunicarnos con frecuencia con las personas con quienes ya compartimos un vínculo socio afectivo próximo –nuestro entorno familiar y de amigos–. De otra, emergen nuevas relaciones afectivas que nacen y se despliegan en comunidades virtuales.
Las redes sociales permiten explorar nuevas formas de comunicación social y, de hecho, diferentes maneras de vivir la afectividad que pueden enriquecer nuestro bagaje y experiencia en las relaciones interpersonales. En consecuencia, estas nuevas formas de dar y recibir el afecto repercuten inevitablemente en la relación afectiva que mantenemos con nosotros mismos.
Sabemos que las redes sociales favorecen vivir la simbiosis o el desdoblamiento de manifestaciones diversas de la identidad: una imagen idealizada de alguien, o una proyección de quien nos gustaría ser, o una de congruente con nuestra personalidad. Es decir, los conflictos personales o interpersonales y las contradicciones adquieren entidad y singularidad propia en los mismos espacios virtuales. Por tanto, situaciones personales de falta de aceptación personal, de desarraigo socio afectivo respeto al otro pueden llevar a forjarnos una identidad virtual que desemboque en una afectividad precaria y poco saludable.
Se constata que tanto en adolescentes, jóvenes como también en los adultos, se ha incrementado la tendencia a estar constantemente activos en diferentes apps de móvil o fórums grupales virtuales. Esta dependencia puede responder a una soledad silenciada, a una imagen personal no aceptada, o bien a una necesidad de búsqueda de reconocimiento constante y/o de exposición continua de nuestra imagen. Pero todos estos «tics» conductuales a veces esconden una autoestima frágil de alguien que tiene el anhelo de sentirse valorado y querido por otros.
En las personas que experimentan una falta o pérdida afectiva es frecuente optar por aislarse e inmunizarse emocionalmente para rehuir el sufrimiento, o bien por una angustiosa búsqueda de calor humano. Y las redes, para algunos, se convierten en un escondite que entusiasma para los espíritus hundidos o desanimados , y esperanzador por la ausencia de estima propia y ajena. Así, más a menudo de lo que sería deseable, las comunidades virtuales se convierten en un nido para la autoestima sesgada: carencias afectivas y de habilidades sociales, percepción de la valúa personal escasa, vulnerabilidad y fragilidad emocional, temor al rechazo, el hecho de rehuir la intimidad emocional o el contacto personal, el desencanto existencial y la decepción amorosa.
El hecho es que no tenemos consciencia de la diversidad de aspectos que envuelven la afectividad humana, que la hacen compleja y a la vez enriquecedora. No obstante, no podemos hacernos reproches de aquella carencia, dado que la afectividad es una de las pocas dimensiones de la persona que en nuestro entorno sociocultural se experimentan sin ningún aprendizaje previo, mejor dicho, sin ningún tipo de preparación o educación.
Ciertamente, la afectividad humana se canaliza por un «multilinguismo» o diversos códigos y simbolismos que confluyen en una misma expresión afectiva: el verbal, el táctil, el olfativo, el visual, el gestual. Es decir, recoge en diferente medida pensamientos, sentidos, sentimientos y emociones. Pero es difícil poder apreciar o transmitir todos estos aspectos en las relaciones virtuales sociales y/o afectivas.
La red llega a ser un medio interactivo indisociable y muy presente en la vida social y de las relaciones, pero la identidad virtual y la personal real han de convivir entrelazadas y se ha de complementar.
Convendría evitar que el mapa afectivo personal sea desplazado por el virtual, ya que podríamos caer en afectos superficiales y frágiles y, a la vez, estaríamos renunciando al placer de la afectividad en el contacto personal, la cual es el alimento esencial para un desarrollo psicológico y emocional sano, y también tiene la virtualidad de devenir sanador de experiencias aterradoras y dolorosas.
Es un reto para nuestro aprendizaje social acercarnos al equilibrio entre la afectividad vivida en el contacto real y el virtual: integrar ambos tipos de lenguajes comunicativos como expresión de la auténtica esencia de la afectividad humana que es el deseo de experimentar y compartir plenitud vital con uno mismo y con los otros.