Por: Anna-Bel Carbonell Rios
Educadora
Barcelona, mayo 2020
Foto: Pixabay
No podemos negar de ninguna forma la influencia de la tecnología en la comunicación. O quizás hay que mirarlo también al revés: como la comunicación ha llevado a modificar la tecnología. En todo caso, sea cual sea el sentido de la relación, tenemos que aceptar que el vínculo entre ambas conlleva no solo una modificación de las formas de comunicación, sino la aparición de nuevas formas.
Observar, callar, escuchar, un saludo, ¿un «cómo estás?» o un gesto de proximidad son maneras de comunicarnos. Su indumentaria, el tratamiento, el tono, la gestualidad, muchas veces exagerada… todo comunica.
Pero al margen de la comunicación en sí misma, las nuevas formas que se usan hoy en día, tienen una relación muy estrecha con la inmediatez, y una cierta propensión a la virtualidad que, como contrasentido, rompe la distancia física, pero a su vez mantiene un distanciamiento personal, puesto que reduce el contacto físico. Todo es a través de una mezcla de imagen con un lenguaje escrito menguante, ya que cada vez más se sustituyen las palabras por imágenes. Además, generalmente estas palabras aparecen abreviadas, y muchas veces resultan ininteligibles para generaciones anteriores.
Con todo, esta avalancha de imágenes y mensajes, muchas veces se nos plantea el alcance real de esta comunicación. ¿Todo se puede comunicar de esta forma? ¿Lo podemos decir todo con un video, con un mensaje escrito con un número de caracteres limitado o con un mensaje de voz? He aquí que tanta inmediatez ha llevado a crear mecanismos tecnológicos para dar la opción de anular mensajes instantáneos, enviados de manera instintiva y poco pensada que podrían llegar a ser comprometedores y ofensivos. ¿Donde quedan la capacidad de reflexión y los diferentes matices de una conversación pausada?
Edades variadas, necesidades de comunicación diversas, maneras diferentes que no siempre pasan por una sarta de palabras aprendidas. Y frente a estos nuevos procedimientos se nos presentan interrogantes sobre el futuro del contacto físico como herramienta de comunicación, un contacto que en muchas ocasiones afirma la expresión o el sentido del propio mensaje. Fijaos sino en el escrito de esta madre después de un incidente concreto con su hija: «Me coges la mano, signo de que me estás pidiendo seguridad. Me la vas estrechando cada vez más fuerte. ¿Dónde ves el peligro? ¿Quieres protección? Tus pies aceleran el paso, tus piernas se disponen a correr, tus brazos han dejado de repente de moverse desenvueltamente mientras me explicaban la última hazaña con tus amigos. Tu boca ha perdido la sonrisa y tu mirada se ha oscurecido y busca el contacto con la mía. Tu cuerpo o tu ademán. Las palabras que ya no te salen de la garganta espontáneamente y de una manera atronadora, comienzan un silencio que no me hace falta interpretar mucho. Todo tu cuerpo me habla, se está comunicando conmigo, busca mi complicidad y protección, hay algo alrededor nuestro que te ha puesto en alerta, algo que yo todavía no he visto, pero tu miedo sí. Finalmente cruzamos la calle, te relajas…, y con la alegría y la felicidad que te caracterizan continúas el relato. No nos hemos dicho nada, pero lo he entendido todo, me lo has comunicado sin ni elaborar una frase. Ni verbo, ni sujeto, ni predicado. Solo una mirada, un latido y una vida de cariño».
¿Podemos transmitir por la imagen y la voz todo lo que nos dice este párrafo?