Por: Ana M. Ollé
Fundación Hermanos por existir
Rep. Dominicana, junio 2020
Foto: Fundación Hermanos por existir
Yukira tiene 24 años, se casó a los 15 y tiene dos niños a los que adora. Con su esposo no se llevan ni bien ni mal, se toleran; viven bajo un mismo techo cuidando una finca rural y «si se dejaran» no sabrían a dónde ir. Cuando preguntas a Yukira, por qué se unió tan joven a un hombre responde: «Yo ni sé, ni me pregunte… Quizás pensé que llegaba mi príncipe azul».
Kristyn del extrarradio de una ciudad tiene 22 años y es madre soltera. Estudió contabilidad con la ayuda de una beca. Sacaba muy buenas calificaciones pero su condición de niña pobre la marcó culturalmente. No ha logrado una oportunidad de trabajo que le abra las puertas para llegar a ser lo que sueña: contable. Desesperada por la falta de empleo, Kristyn labora como obrera en una fábrica.
Magdalena tiene 45 años. Cuando era menor se enamoró y en su casa, en lugar de aconsejarla y retenerla por ser una niña, la impulsaron a que se fuera con él. Con el pretexto de protegerla y cuidarla, su pareja le prohibió salir de casa y tener vida social. Pronto quedó embarazada y dejó de asistir a la escuela, fueron llegando los hijos. Su pareja, cuando bebía en exceso, la pegaba. Este infierno duró muchos años hasta que, después de una gran paliza que necesitó hospitalización, Magdalena decidió creerse que lo que vivía no era amor.
Sofía tiene 14 años y es de una zona rural. A ella le gusta estudiar, ir a la escuela, aprender, hacer las tareas escolares que le proponen pero en su casa no se lo facilitan… Su mamá tiene otros diez hijos menores y no tiene una pareja estable. La madre no le suministra casi nada de lo que ella necesita y la obliga a atender a sus hermanitos, cuidarlos, además de lavar y preparar la comida mientras ella callejea. Aunque a Sofía le molesta que le encarguen «hacer de mama» en lugar de ir a la escuela, se siente impuesta por deber y por cariño a sus hermanos menores pues siente que, como ella, están abandonados a la suerte de los vecinos.
Anuska de 25 años y madre soltera se licenció hace un par de años. Es simpática y bonita pero los trabajos no le duran mucho. Explica que no le asustan las labores, al contrario, la motivan y la estimulan a aprender y a dar lo mejor de sí misma. Pero con el tiempo decide dejarlos pues siente que su condición de mujer la pone en inferioridad de condiciones. Ya tiene experiencias de algunos superiores que le exigen, para mantener su puesto laboral, lo que no les corresponde. Anuska está agobiada de tanto acoso e incluso tiene miedo; está decepcionada por sentir que ignoran totalmente sus capacidades y la calidad de su trabajo.
Estas historias muestran realidades femeninas de desigualdad y graves injusticias relacionadas con el tema del género que van de la mano con la pobreza y con la cultura machista.
Las cifras indican que en República Dominicana por cada cien hombres que viven en condiciones de pobreza, hay ciento treinta y cuatro mujeres. Y por cada cien hombres que viven en la indigencia hay ciento cincuenta y dos mujeres[1]. Asimismo, ocupa el quinto país de América Latina y el Caribe en embarazo de niñas y adolescentes no planeados[2]. Esta realidad social aumenta el analfabetismo y la mortalidad; además de las graves consecuencias físicas, sociales, económicas y emocionales que comporta para las afectadas y su entorno.
Aunque observamos avances en la materia educativa, la desigualdad viene de la mano de la pobreza femenina. En zonas rurales y barrios marginados aún se da la deserción escolar de niñas por embarazo, matrimonios infantiles u obligaciones domésticas impuestas desde la familia. Esto provoca que la mujer dominicana sea más vulnerable y menos preparada que el hombre y, por tanto, la desocupación femenina es mayor que la masculina entre mujeres pobres.
La desigualdad laboral por cuestiones de género es otro indicador de injusticia y pobreza. Según un informe del PNUD[3], las mujeres ganan un 24% menos que los hombres; y mientras el 72% de los hombres en edad laboral tienen empleo, solo el 47% de mujeres acceden a un trabajo.
También es relevante la violencia familiar contra la mujer que se tolera como propio de nuestra cultura. La Encuesta Demográfica y Salud del 2013 (ENDESA, República Dominicana) ofrece estos datos generales: el 35% de las mujeres entre 15 y 49 años de edad, casadas o en unión libre o que estuvieron en esa condición, reportaron actos de violencia de su pareja. El 72,8% de los asesinatos de mujeres en el año 2015 fueron feminicidios[4]. Desgraciadamente, este dato nos posiciona en el tercer lugar de la región con mayor índice de feminicidios, después de Honduras y El Salvador.
Démonos cuenta del gran desafío que tenemos. Constatamos que hay diferencias entre hombres y mujeres a nivel fisiológico, psicológico y ético, pero lo fundamental está en reconocernos todos iguales en dignidad. Independientemente del sexo, todos somos seres humanos, dignos, libres, merecedores de reconocimiento y respeto, además de tener grandes capacidades por desarrollar. Somos seres abiertos al crecimiento, a las oportunidades y al aprendizaje que nos van encaminando hacia la sabiduría y la convivencia humana.
[1] Según la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), en 2013 el 40.7% de la población dominicana vivía en condiciones de pobreza y el 20.2 % en la indigencia. Existe una mayor prevalencia de mujeres pobres en nuestro país (44%) con relación a los hombres (37.4%).
[2] Encuesta Nacional de Hogares de Propósitos Múltiples (ENHOGAR, 2009).
[3] Informe sobre el Trabajo al Servicio del Desarrollo Humano (2015).
[4] Datos de la Oficina Nacional de Estadística (ONE).